NOTA BENE
La destrucción sale cara
Mayo ha quedado históricamente asociado con protestas. Las imágenes de cientos de policías heridos y manifestantes capturados en los enfrentamientos violentos en París, Lyon y Marsella, este año, traen a la memoria las protestas de la primavera de 1968. El detonante de la nutrida manifestación reciente fue la propuesta del presidente Emmanuel Macron para subir la edad de retiro de 62 a 64 años. Los universitarios que tomaron las calles hace 55 años, en cambio, eran críticos de múltiples facetas de la cultura occidental, no sólo de una ley puntual. Sus pretensiones revolucionarias siguen sacudiendo nuestra sociedad, quizás en mayor grado de lo que los propios manifestantes previeron.
' ¿Cómo enfrentar el marxismo cultural?
Carroll Ríos de Rodríguez
Tomemos por ejemplo la figura de Daniel Cohn-Bendit. Dany el Rojo se convirtió en un símbolo de la llamada revolución social de 1968, tras acusar al ministro de deportes, Francois Missoffe, de nazista, y de estar mal informado sobre la sexualidad juvenil. Cohn admite que la famosa interpelación fue espontánea, y que él y sus compañeros no tenían una estrategia planificada. Los estudiantes del campus en Nanterre luego tomaron las instalaciones y abogaron por el fin de la guerra en Vietnam, sexo libre en los dormitorios universitarios y otras cosas.
Los comunistas formales se distanciaron inicialmente de los jóvenes, porque ellos aparentemente no luchaban por una programática transformación política y económica. Jugaban con otra baraja de cartas: identificaron la coerción ideológica y social en las relaciones interpersonales y cotidianas. Las luchas del poder permean todo, afirmó Michel Foucault. El feminismo, el ambientalismo y el ateísmo se arroparon en lenguaje neomarxista. Ensayaron con la desconstrucción del lenguaje, el arte y la razón. Relativizaron la ética. Ahora sabemos que Daniel Cohn-Bendit escribió un tratado a favor de la pedofilia en los años sesenta. Todo valía. Con su sentido de humor, irreverencia y rebeldía, aquella juventud debilitó los cimientos civilizatorios. Entre tanto, incautos observadores se encogieron de hombros, pensando que pronto se calmarían los chicos revoltosos y la sociedad francesa recobraría su ritmo normal.
No imaginaron que sucesivas generaciones llevarían el desmoronamiento de nuestros acuerdos sociales mínimos a estadios cada vez más radicales. Por ejemplo, hoy, algunos ecologistas radicales abogan por la extinción de la raza humana. Irónicamente, Cohn-Bendit hizo a un lado a un joven ambientalista por considerarlo demasiado “folclórico”, en 1968, y en la actualidad se presenta como un parlamentario europeísta verde. ¿Tendrían en mente los jóvenes de 1968 que alguien algún día defendería no solo la pedofilia y la pornografía, sino la burla de los límites biológicos? ¿Anticiparon que los cuerpos de niños y adolescentes serían mutilados para revertir quirúrgicamente el sexo “recibido” al nacer? ¿Imaginaron cómo se amplificarían sus métodos argumentativos, que involucran la victimización, descalificación del contrincante —siempre fascista—, control acérrimo del lenguaje, uso del doble hablar orwelliano y obnubilación de la sensatez?
En París, en 1968, el joven inglés Roger Scruton vio cómo sus amigos franceses incendiaron la ciudad. Su calidad de joven socialista le hacía desear unirse a la histórica protesta. Sin embargo, pensó: ¡Qué fácil es destruir! Entrevió el daño implícito en tirar a la basura la sabiduría acumulada, a lo largo de miles de años, por una civilización innovadora y próspera. En Francia y Guatemala, seguimos necesitados de una visión humana positiva, constructiva, acorde a las leyes de la naturaleza, que traiga un florecimiento humano y una libertad real y duradera.