LA BUENA NOTICIA

El Señor sepultado

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La resurrección de Jesús es el acontecimiento central de la fe cristiana. Sin embargo, el empleo que hace el Nuevo Testamento del término “resurrección” puede llevar a confusión. Se usa para designar lo que propiamente es una revivificación. El amigo de Jesús, Lázaro, murió y lo colocaron en un sepulcro. Jesús llegó cuatro días después del deceso y convocó a Lázaro de nuevo a esta vida; lo devolvió a su familia. Él vivió unos años más y luego murió otra vez y lo volvieron a sepultar de modo definitivo.

Pero el término “resurrección” se aplica también para designar lo que ocurrió con Jesús. Y eso fue un acontecimiento distinto y único. Jesús murió crucificado un viernes. Sus deudos obtuvieron el permiso para desclavarlo y de inmediato fue colocado en una cueva rocosa que servía para sepultura. A causa de las restricciones de movimiento impuestas por la observancia del sábado judío, los deudos de Jesús pudieron visitar la tumba solo hasta el día siguiente al sábado. Cuando lo hicieron, encontraron removida la piedra que sellaba la cueva. Dentro ya no estaba el cadáver, sino solo los lienzos y sábanas que habían servido de mortaja. En las revivificaciones que hizo Jesús, el cadáver del difunto siempre estuvo disponible y visible. El de Jesús se esfumó.

Algunos acontecimientos posteriores, que los evangelistas describen como “apariciones”, les mostraron que Jesús había estrenado un modo de vivir y existir diferente al que había tenido antes de su muerte. Jesús se dejaba ver, se mostraba. En esas ocasiones, su presencia era corporal, pero se hacía presente en lugares cerrados. Se mostraba con rasgos que permitían identificarlo con el que había vivido antes de morir; pero también podía presentarse con rasgos que lo hacían inicialmente irreconocible. Jesucristo en su humanidad estaba vivo en otra dimensión diferente a este tiempo y espacio. Estaba vivo en Dios, para Dios y cuando se aparecía venía desde Dios. Y así permanece hasta hoy.

' Conocemos la resurrección de Cristo por los testimonios consignados en el Nuevo Testamento.

Mario Alberto Molina

Conocemos la resurrección de Cristo por los testimonios consignados en el Nuevo Testamento. Pero han llegado hasta nosotros dos objetos que merecen atención. Se trata de un sudario conservado en la catedral de Oviedo, en España, y de una sábana conservada en la catedral de Turín, en Italia. La sábana es un lienzo como de 4.3 metros de largo y un poco más de 1 metro de ancho. En ella se puede ver una especie de imagen del dorso y el frente del cuerpo de un hombre además de otros sedimentos. La imagen ha sido analizada exhaustivamente y no hay técnica conocida para reproducirla. Parece ser el resultado de una enorme descarga de energía. Para más información basta escribir “sábana santa” en un buscador de Internet y aparecen docenas de referencias de calidad científica.

El hombre retratado en el lienzo murió crucificado, parece que tuvo sobre su cabeza una especie de casco de objetos punzantes, fue flagelado y después de muerto, recibió una herida de lanza en el pecho. El sudario de Oviedo, por su parte, es un paño mucho menor, solo con restos de sangre y fluidos humanos, sin ninguna imagen. Pero las manchas de sangre de ese sudario y otros detalles coinciden con los de la sábana de Turín. Las coincidencias de las marcas en ambos objetos con lo que sabemos de la muerte de Jesús son tan numerosas que se puede asegurar que son los lienzos de su mortaja. Los creyentes tenemos fundamento para concluir que la imagen se formó en el instante de la evanescencia del cuerpo de Jesús. En esa imagen se basan nuestras efigies del Señor sepultado. Eso significaría que esas tallas de la devoción del Viernes Santo dan mayor testimonio de la huella de la resurrección que de la sepultura de Jesús.

ESCRITO POR:

Mario Alberto Molina

Arzobispo de Los Altos, en Quetzaltenango. Es doctor en Sagrada Escritura por el Pontificio Instituto Bíblico. Fue docente y decano de la Facultad de Teología de la Universidad Rafael Landívar.