Más tarde, Efraín, el trabajador de uno de los comedores del lugar, nos confirma que el adolescente es guatemalteco, pero que nunca le han preguntado su nombre. “Aquí todo el mundo lo conoce como el Cantante”, refiere.
El Cantante, como conocen a este niño guatemalteco, duerme en las bancas de Tapachula.
El pequeño artista es un ejemplo de lo que ocurre con cientos de guatemaltecos, que ante la falta de empleo en el país deciden explorar nuevos horizontes en los municipios fronterizos de México.
Los connacionales se detectan con facilidad en esos lugares: son más tímidos, lucen cansados y usualmente se ganan la vida con lo que obtienen de la venta de dulces y golosinas o lustran zapatos.
“Vengo aquí—Tapachula— desde hace un año; vendo dulces, chicles, cigarros. Soy de una aldea de Totonicapán”, explicó Eddy, 19, después de ganar su confianza. Comenta que en Tapachula la vida es más tranquila porque “hay menos ladrones y menos locos”.
Explica: “Lo único con lo que tenemos que tener cuidado es que la Policía no nos agarre cuando están de malas”. Al preguntarle por qué no obtiene un permiso para trabajar en el lugar, indica que no ha sacado su DPI porque no ha tenido tiempo ni dinero.
VIDA FRONTERIZA
El caso de Tapachula es parecido al de Ciudad Hidalgo, la frontera del lado mexicano que colinda con Tecún Umán, San Marcos. A ese lugar acuden decenas de guatemaltecos para trabajar, como es el caso de Ramiro, Wilson y Antonio, jóvenes originarios de Patulul, Suchitepéquez, y que desde hace año y medio lustran zapatos en el parque central de esa ciudad.
“Nosotros dormimos en una casa que está por acá cerca. Somos cinco y entre todos pagamos nuestra renta, el agua, la luz y todos los gastos”, indica Wilson, el mayor de los tres, de 20 años.
Estudiar nunca fue una opción para el grupo de muchachos de Patulul. Sus padres no contaban con dinero y desde muy pequeños los enviaron a trabajar al campo y en las fincas de café cercanas a su municipio; sin embargo, desde que la producción del grano se vio afectada por la roya se perdieron muchos empleos y con ello la posibilidad de vivir cerca de la familia.
MÁS AFORTUNADOS
Algunos connacionales corren con mejor suerte al obtener un trabajo en las fincas en los municipios fronterizos mexicanos.
La finca bananera San José cuenta entre su personal con al menos 20 guatemaltecos que acudieron en busca de empleo. Ahí hay campesinos y empacadores, quienes producen hasta 500 cajas de banano en ocho horas, y por las cuales, entre todos los empleados, se reparten 70 pesos —unos Q120—, por cada caja, cantidad que aprecian los trabajadores guatemaltecos.
“Aquí estamos bien, nos tratan bien, nos pagan puntual y no hay nada de qué quejarse”, manifiesta Francisca, de Catarina, San Marcos, mientras revisa el producto que será exportado a EE. UU.
Francisca, originaria de Catarina, San Marcos, trabaja ocho horas diarias en una bananera.
Los administradores de la finca reconocen en los guatemaltecos una mano de obra valiosa y aseguran que se respetan sus derechos laborales.
“Aquí nos pagan si trabajamos duro, por eso no perdemos tiempo, porque entre más trabajamos, más ganamos”, afirma Rafael, originario de El Tumbador, San Marcos, y padre de dos niñas.
El reportero de Prensa Libre regresa a Tapachula por la noche, busca en el parque al joven cantante guatemalteco, pero no lo encuentra.
Tras una búsqueda exhaustiva fue localizado, recostado en una banca. Se le intentó hablar, pero no respondió, descansa profundamente.
Esa noche llovió fuerte. El niño cantante dormía y recuperaba fuerzas para enfrentar al otro día, una jornada de arduo trabajo.