Asturias
Y me veo a mí mismo de 19 años en el Instituto Normal Mixto Nocturno, para los actos de aniversario. Y de nuevo escucho la voz de Marco Polo Coronado exclamando, como si fuera un estallido: ¡Quetzal Umánnn / el de las plumas verdes, verdes veeerdeees…!
Asturias, el ciudadano distinguido, el escritor iluminado, el de las historias mágicas que le muestra al mundo un nuevo mundo lleno de colores, de voces y alucinaciones. Asturias, el que supo alzar el nombre de un triste y empobrecido país hasta alturas jamás imaginadas. Asturias, el guatemalteco ilustre que coloca el nombre de nuestra patria a la vista de todo el mundo.
Ciertamente, somos un pueblo triste. Las razones para que esto sea así ya algunas personas las han expuesto con suficiencia. Y es más, pareciera como si cada cosa que hacemos nos hace convencernos de nuestro comportamiento apocado. Tenemos muy pocas cosas por las que podemos sentir orgullo. A lo mejor nuestro café sea el mejor del mundo. Tal vez nuestro clima sea sinónimo de eterna primavera y todas esas cosas que, al menos en mi tiempo, escuchaba en la escuela, pero en el fondo de nuestros corazones subyace un sentimiento de impotencia para acercarnos a logros importantes.
Hace ya 40 años que Asturias descansa lejos. Un aniversario más que pasará desapercibido. Nuestra pobreza no admite cansancio. Corresponde al Ministerio de Cultura y Deportes mantener un programa permanente mediante el cual se mantenga su obra vigente, pero pareciera que, como de costumbre, hay escasez de fondos y de voluntades.
No cualquier país puede ostentar con orgullo un Premio Nobel de Literatura, pero en nuestro caso queda muy bien el dicho aquel que reza: “Nada se aprecia lo que nada cuesta”. Asturias descansa lejos, donde descansan los verdaderamente grandes.
Este nuevo aniversario de su muerte pasará desapercibido para la inmensa mayoría. Nuestro olvido es pertinaz. Tal vez por eso él decidió que sus restos descansaran lejos. Y tal vez fue mejor así.
*Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias 2010