Más que privilegios, la ventaja del glamping es que elimina todos los inconvenientes de los parques de toda la vida, como el de cargar y montar la tienda, dormir en el suelo o estar sin electricidad.
“Cambia mucho la experiencia de acampar, las personas solo se tienen que traer a ellas mismas”, explica el británico Chris Smith, propietario de un recóndito y original espacio en Penela, al norte Portugal, que alberga a sus visitantes en acogedoras tiendas mongoles (yurtas) y en tiendas típicas de las reservas de los indios americanos (tipis).
Entre caminos, cascadas, riachuelos y piscinas naturales, su establecimiento, O Homem Verde, no solo recibe seguidores del camping de lujo, sino también aquellos que aprecian una experiencia original y que normalmente “eligen las tipis porque se parecen más a las tiendas tradicionales”, según el propietario.
Las yurtas, que son como casas móviles circulares que usaban los nómadas de Mongolia, se parecen más a una habitación de hotel, están pintadas a mano y decoradas con un estilo rústico-étnico-contemporáneo. Tienen su propia chimenea y una ventana circular en el techo a través de la que se observa el cielo estrellado.
“Esto hace que el acampar sea más fácil”, dice Smith, quien subraya que el glamping es adecuado para todo tipo de público, incluidas las familias con niños pequeños.
Tal y como ocurre en la mayor parte de los espacios de glamping que ofrecen la posibilidad de realizar diversas actividades relacionadas con la naturaleza y el equilibrio corporal y mental, el refugio de este británico propone a sus visitantes una amplia variedad de masajes y sesiones de reiki.
Chris Smith fundó su negocio en 2012 en Portugal, donde puso en marcha una nueva fase de la idea, que importó de Inglaterra, país en el que previamente alquilaba tiendas especiales para las estrellas de música que actuaban en conciertos. “En Portugal aún es algo novedoso, pero en Inglaterra ya es muy común”, asegura el empresario.
La práctica de esta nueva forma de hacer turismo surgió a comienzos del siglo XX con los viajeros ricos de Europa y de América que iban a acampar a África sin renunciar a su lujoso estilo de vida, alojándose en campamentos que les ofrecían las ventajas y comodidades a las que estaban acostumbrados.
Pese a tratarse de un mercado todavía muy reciente en Portugal, ya es posible encontrar espacios de este tipo de norte a sur del país, algunos de ellos incluso con propuestas de estancias todavía más sorprendentes o poco comunes.
Es el caso del parque natural de Pedras Salgadas, a apenas 40 kilómetros de la frontera con España, entre las localidades de Vila Real y Chaves, donde los visitantes duermen en innovadoras casas construidas en las copas de los árboles, a unos seis metros de altura.
“Es un concepto completamente nuevo, no hay nada igual en Portugal”, relata Maria José David, directora del Pedras Salgadas Spa & Nature Park.
Integradas en el paisaje y pasando prácticamente desapercibidas, son casas construidas en madera y pizarra, de unos 25 metros cuadrados, que cuentan con dos ventanas -una que da al parque y otra al cielo- un baño, una pequeña cocina, cama de matrimonio y sofá.
Son obra del arquitecto portugués Luís Rebelo de Andrade, cuyo proyecto ha recibido varias distinciones como la de Mejor Resort 2014 que le otorgó la revista Travel+Leisure, o el prestigioso premio internacional de arquitectura ArchDaily 2012, en la categoría de Hoteles e Restaurantes.