Escenario

No cargues conmigo, Titivillus

¿Por qué si el inconsciente se libera durante el sueño y no hemos hecho nada indebido tenemos pesadillas?

María del Rosario Molina, escritora. (Foto Prensa Libre: Cortesía María del Rosario Molina)

María del Rosario Molina, escritora. (Foto Prensa Libre: Cortesía María del Rosario Molina)

Debo confesar que quizás por la libra y media de carne con una deliciosa salsa, amén del postre que me comí en la cena, algo inusual en mi dieta, tuve unas pesadillas espantosas. Desperté sudando y con las piernas y los brazos dormidos justo antes de que Titivillus, el diablillo medieval, mi buen colaborador que como todos mis lectores saben carga con las almas que pecan al hablar o escribir mal a los infiernos, me arrastrara a ese horrible antro donde el calor o el frío pueden ser insoportables —el último círculo donde mora Satanás, según Dante, está totalmente congelado—.

Pues bien, en la pesadilla, Titivillus me dijo literalmente: “Tengo que llevarte porque el sábado recién pasado cometiste un error imperdonable, nada más ni nada menos que llamar ‘pildorita de léxico’ en Facebook a un uso incorrecto que nada tiene que ver con el léxico, sino con la morfología”.  No me quedó más que reconocer que Titivillus tenía razón. Me refería en la dicha “pildorita” al género de la palabra “analfabeto/a”, y eso pertenece a la morfología, es decir, a la parte de la gramática que estudia la estructura de las palabras. Explicaba, eso sí adecuadamente, que los hombres pueden ser analfabetos —que no analfabetas— y las mujeres, analfabetas, pues el morfema clase tiene género, y desde luego número. –Sí, —insistía Titivillus— pero en ti ese error no se disculpa. Has estudiado toda tu vida la lingüística ¿qué te pasa? Le conté  entonces que internet va y viene, ni siquiera con orden como las olas del mar, excepto desde luego, cuando hay  maremotos o  tsunamis, y eso confunde. Muy atento apuntó en su libreta y me contestó: “Recuerda que cuando comencé a trabajar me llevaba a los religiosos de los conventos que olvidaban parte de los cantos o se quedaban dormidos; ya buscaré a los servidores de internet, y aunque sean mera tecnología ¿quién dice que no se pueden ir a chamuscar a donde les corresponde?”.

—Por esta vez te perdono —agregó— pero ten cuidado de hoy en adelante, porque a veces tildas “solo” cuando equivale a solamente, y eso ya la RAE no lo aprueba. Le respondí que la anulación de la tilde diacrítica para diferenciar “solo” adjetivo de “solo”, adverbio que equivale a solamente, aunque se trate de una palabra llana, o grave, es una de esas normas que todo el mundo de habla hispana ignorará a sabiendas, y seguirá colocando la tilde. Añadí, todavía dormida, que la ortografía española me recuerda un aria de la ópera Rigoletto que reza: “La donna e mobile, qual piuma al vento, muta d’ accento e di pensiero” y que parafraseo así: “La ortografía  es voluble como pluma al viento, muda las tildes y los acentos”. Todavía hay personas que tildan las monosílabas como “fe, fue, pie” y otras, aunque allá por los años cincuenta se decidió no tildarlas.

selene1955@yahoo.com

 

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