La OSN, que seguía de cerca las indicaciones del director invitado, Martín Jorge, puso de manifiesto la riqueza en la orquestación de Mahler, pero no pudo acentuar los múltiples momentos en que el autor se vuelve universal. Hermoso, por lo que vale la partitura y el esfuerzo del director. Poco, por lo que se oía en la última línea de la platea.
¿Por qué solo cuatro contrabajos, si son la base de la orquesta? ¿Por qué los primeros violines no terminaban de redondear sus intervenciones (aparte del concertino, el maestro Alfredo Quezada, que sí tenía muy claro lo que debía hacer)?
¿Por qué los cornos no terminaban de acoplarse con su principal, el maestro Rolan Casasola, que debía guiarlos? No nos engañemos. Mahler exige, pero no todos están a la altura de sus exigencias.
Hacia el final, la orquesta parece otra orquesta. Acaso la acumulación de energía que no se había dispensado durante la parte anterior del concierto. Acaso, la casualidad de un último movimiento, vibrante y coronado por el himno que Brahms les arranca a los instrumentos de cuerda en su “Primera Sinfonía”.
Acaso, un golpe de efecto del maestro Jorge, que guarda sus mejores herramientas para la última página.
Cómo quisiéramos que los repertorios programados por la OSN ofrecieran algo nuevo (no siempre los mismos autores, las mismas obras, los mismos guatemaltecos, los mismos extranjeros). Y un folleto de mano plagado de errores idiomáticos, tipográficos y sintácticos. Por lo menos, más entrega y más pasión, cuando el “Primer Concierto” es apenas en el mes de julio.
presto_non_troppo@yahoo.com