La pobreza como delito
Hace un par de años, María Soledad logró reunir lo suficiente para conseguir un puesto en el mercado, pero aun así sus necesidades superan a sus ingresos. Por consejo de algunos vecinos beneficiados por las remesas, el menor de sus hijos decidió partir hacia el norte, “voy a conseguir trabajo y a lo mejor así enganchamos un terrenito”, le dijo, muy seguro de sus planes.
La pobreza es una trampa perversa, sin duda. Son muchas las María Soledad que viven en condiciones similares, por motivos tan diversos como la discriminación por etnia o por género, la falta de acceso a la educación, maltrato intrafamiliar, obligación de mantener a una familia numerosa con escaso o nulo acceso a servicios públicos y muchas otras que responden a fallas sistémicas del Estado.
Una de las puertas hacia un cambio de vida es el éxodo de uno o varios miembros de la familia hacia ese horizonte dorado que pintan quienes lo lograron con éxito. Y de acuerdo con el proceso de razonamiento de quienes ignoran las consecuencias y alcances de semejante decisión, nada tiene de malo intentarlo, ya que al final de cuentas será cuestión de suerte que el niño consiga cruzar la frontera.
Este es un caso muy común, pero también están quienes huyen de las extorsiones, las amenazas y de verse forzados a defender su vida y la de su familia. Han perdido su hogar, sufrido acoso y temen por su integridad. ¿La solución es abandonar el país aunque exista la posibilidad de morir en el intento? Quizá sí. ¿Cambiarán las cosas algún día y verán florecer a un país libre de tráfico de influencias, con un sistema de justicia independiente, un liderazgo político transparente y una inversión pública acorde a la riqueza nacional? Probablemente no.
La criminalización de la pobreza ha sido una actitud recurrente de las clases privilegiadas, así como pretender ignorar sus causas. Una de las características más notables de quienes detentan el poder económico es su monumental ignorancia y una total falta de conciencia social, por lo cual justifican la violencia y la miseria con el retorcido argumento de que los pobres son pobres porque así han vivido siempre y es parte de su naturaleza. No necesitan más y no sabrían cómo administrar la bonanza.
El pensamiento feudal persiste, con el agravante de profundizarse en relación directa con la pobreza de las mayorías. Pretender avances en temas tan sustantivos como la desnutrición, la muerte materna o la salud reproductiva es imposible ante una realidad que los desmiente en cada reporte de desarrollo humano. Si algún día la población vio con esperanza un compromiso de alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio, esta se volvió una quimera inalcanzable, así como urgente la necesidad de emigrar.
Las madres y padres de estas huestes de niñas, niños y adolescentes son también víctimas de un sistema totalmente inadecuado para alcanzar el desarrollo, criminalizarlos es la respuesta más inadecuada a las presiones de Estados Unidos.
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