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Cómo enseñarles a los niños (y de paso aprender uno mismo) a enfrentar los riesgos

Cuando estás a cargo de un niño pequeño, incluso el entorno más idílico puede convertirse en una zona de peligro.

(GETTY IMAGES)

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En los primeros años, existe el riesgo de ser atropellado por un automóvil, caer en una piscina o ser mordido por un perro (más comúnmente, el de la familia).

Los peligros potenciales cambian con la edad: el alcohol, las drogas, la violencia y los problemas de salud mental no tratados pueden poner en peligro el bienestar de adolescentes y adultos jóvenes.

Los traumatismos causados ​​por el tránsito también siguen siendo un riesgo importante. Y luego están los peligros invisibles, como la contaminación del aire, que son especialmente difíciles de detectar y abordar.

Eventualmente, todos debemos ser capaces de evaluar el riesgo por nosotros mismos, para navegar por el mundo de manera segura sin la guía de nuestros padres o tutores.

Sin esas habilidades, es mucho más probable que tomemos decisiones precipitadas que pueden resultar en mala salud, problemas financieros e incluso antecedentes penales.

¿Cómo aprenden los niños estas lecciones? ¿Y qué pueden hacer los padres y tutores para llevar a sus hijos por un camino más seguro en el mundo, y tal vez aprender algunos trucos para ellos también?

Con un cuerpo creciente de literatura dedicada a la psicología del riesgo, finalmente podemos responder estas preguntas.

Ahora, los psicólogos han identificado por qué los niños a menudo no detectan los peligros elementales, las razones por las que los adolescentes parecen apostar su futuro por un momento de emoción y las barreras educativas que pueden impedir que las personas aprendan, incluso de adultos, a evaluar racionalmente los riesgos.

Niños jugando
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Los niños pequeños solo desarrollan gradualmente un sentido del riesgo y del peligro.

Cada etapa de desarrollo necesitará un enfoque diferente. Pero con la orientación adecuada, es posible enseñar a los niños y adolescentes a desarrollar una alta “competencia en la toma de decisiones”, con enormes consecuencias para el resto de sus vidas.

“Estas habilidades que subyacen a nuestro destino se pueden enseñar”, dice Joshua Weller, psicólogo de la Universidad de Leeds, en Reino Unido, que se especializa en riesgos. “Se pueden nutrir y desarrollar a través de muchos métodos diferentes”.

Conocimiento insuficiente

Los bebés nacen con un conocimiento innato sorprendentemente pequeño incluso sobre los peligros más básicos.

Como muchos padres sabrán a través de experiencias aterradoras, los bebés que están aprendiendo a gatear por primera vez intentarán tirarse del borde de la cama o del cambiador sin dudarlo un momento. Los estudios sugieren que el miedo a las alturas solo proviene de la experiencia, ya que el niño aprende a prestar mayor atención a su visión periférica.

Como esponjas sociales, los niños pequeños aprenden a reconocer el peligro indirectamente, observando las expresiones faciales y el lenguaje corporal de los demás. Chris Askew, de la Universidad de Surrey, Reino Unido, por ejemplo, mostró a niños de 8 años fotografías de tres marsupiales desconocidos, que se combinaron con una foto de un rostro asustado, una foto de un cara sonriente, o ninguna foto.

En las pruebas de seguimiento, dijeron sentirse más asustados con los animales que habían sido emparejados con las caras asustadas y eran mucho más reacios a abrir una caja que supuestamente contenía al animal en cuestión.

Y los efectos fueron duraderos, con pruebas adicionales que revelaron que era más probable que asociaran palabras relacionadas con el miedo con esos animales durante meses después de la exposición original.

Integración de los sentidos

Sin embargo, reconocer un peligro no basta para mantener a un niño a salvo, ya que su cerebro en desarrollo puede no ser lo suficientemente rápido para reaccionar ante el problema en cuestión. Las investigaciones muestran que no aprendemos a integrar completamente nuestros sentidos, como la vista y el oído, hasta que tenemos alrededor de 10 años.

Niño trepando a un árbol
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Eventualmente, los niños necesitan aprender a evaluar el riesgo de forma independiente y tomar sus propias decisiones.

Los niños pequeños solo desarrollan gradualmente un sentido de riesgo y peligro. Eso hace que sea difícil, por ejemplo, reconocer la velocidad a la que se acerca un automóvil, por ejemplo.

Los cerebros en desarrollo de los niños pequeños también tienden a distraerse más fácilmente, lo que significa que simplemente pueden olvidarse del peligro potencial.

Cuando se trata de cosas como la seguridad vial, con frecuencia se aconseja a los padres que establezcan rutinas, como mirar siempre a la izquierda y a la derecha varias veces antes de cruzar o esperar a que aparezca el hombre verde en el semáforo.

La práctica repetida hará que estos comportamientos se vuelvan habituales, de modo que el niño eventualmente los realice sin necesidad de recordatorios constantes.

Racionalidad creciente

Guiar a los jóvenes durante la adolescencia presenta sus propias dificultades. Se sabe que el cerebro adolescente experimenta grandes cambios estructurales, lo que parece aumentar la sensibilidad de su señalización de dopamina, un neurotransmisor asociado con el placer.

Alguna vez se pensó que esto hacía que los adolescentes fueran mucho más impulsivos que los niños más pequeños, ya que buscan activamente situaciones de riesgo que podrían darles una mayor dosis de dopamina.

Sin embargo, los experimentos de laboratorio, que han intentado examinar los procesos cognitivos involucrados en la evaluación del riesgo, sugieren que esto no es así. Estos estudios a menudo toman la forma de juegos.

Niña distraida mirando el celular
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Se les puede dar una ruleta multicolor con una flecha en el medio, por ejemplo. Si la ruleta cae en el color correcto, tienen la posibilidad de ganar US$10, pero hay un 50 % de posibilidades de no ganar nada. O podrían optar por un pago más pequeño pero garantizado de US$5.

Contrariamente a las expectativas, estos estudios muestran que los adolescentes tienden a ser más cautelosos, optando más a menudo por las pequeñas sumas de ingresos garantizados, en comparación con sus pares más jóvenes.

“Cuando brindamos a los adolescentes la oportunidad de evitar riesgos, en realidad eligen la opción segura con más frecuencia que los niños”, dice Ivy Defoe, profesora asistente en el departamento de desarrollo y educación infantil de la Universidad de Amsterdam, en Países Bajos.

A partir de estos resultados, Defoe concluye que los adolescentes no están necesariamente programados para rebelarse. Con frecuencia, es simplemente una cuestión de las situaciones en las que se encuentran.

A medida que ganan independencia lejos de los ojos vigilantes de sus padres, hay muchas más oportunidades para actuar precipitadamente, ya sea intentando robar en una tienda, probar una droga ilegal, unirse a una pandilla , tener relaciones sexuales sin protección o competir con sus amigos en la autopista.

“El acceso a situaciones propicias para el riesgo aumenta dramáticamente durante la adolescencia y durante la edad adulta emergente”, explica Defoe, y, a veces, es difícil resistir las tentaciones que trae.

Capacidad de razonar

Al tratar de ayudar a un adolescente a navegar por su nueva libertad, vale la pena recordar que existen diferencias considerables en la evaluación del riesgo entre individuos de cualquier edad.

Existe una gran variación en el desempeño de las personas en las tareas de juego de laboratorio, por ejemplo.

Joven frente a dos flechas
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Entonces, si bien, en promedio, los adolescentes pueden no sentirse atraídos por el peligro, una proporción considerable puede con frecuencia dejar de lado la precaución.

En muchos casos, esto puede ser el resultado de la la falta de habilidades de razonamiento. Para investigar esta posibilidad, los psicólogos también han desarrollado una prueba más completa de “competencia para la toma de decisiones” (DMC, por sus siglas en inglés).

Esto incluye preguntas que evalúan las habilidades de alguien para seguir reglas lógicas básicas al sopesar los pros y los contras de diferentes opciones, así como medidas de sesgos cognitivos comunes que podrían sesgar la comprensión del riesgo de alguien. Por ejemplo, presenta a los participantes dos afirmaciones separadas sobre los condones. Una dice:

Imagina que un tipo de condón tiene una tasa de falla del 5%. Es decir, si tienes relaciones sexuales con alguien que tiene el virus del VIH, existe un 5% de probabilidad de que este tipo de condón no logre evitar que te expongas al virus.

La otra dice:

Imagina que un tipo de condón tiene una tasa de éxito del 95%. Es decir, si tienes relaciones sexuales con alguien que tiene el virus del VIH, hay un 95% de posibilidades de que este tipo de condón evite que te expongas al virus del VIH.

Las dos afirmaciones se presentarían por separado, en diferentes secciones de la prueba, y en cada caso, los participantes deben evaluar si los condones son una forma exitosa de reducir el riesgo de contagio.

Cada una de estas afirmaciones expresa la misma información de riesgo, pero muchos señalan que los condones en el primer ejemplo son ineficaces, mientras que dicen que los del segundo son efectivos. Esto se conoce como el “sesgo de encuadre”.

Si muestras este tipo de inconsistencia en tus respuestas, eso indica que es posible que no estés acostumbrado a evaluar la información estadística de manera crítica y a concentrarte en los detalles específicos de lo que se presenta; en su lugar, simplemente, entiendes la información en función de la forma en que se presenta, lo cual puede ser engañoso.

Pensamiento lógico

Otras preguntas prueban la consistencia de la percepción de riesgo de las personas.

Se les puede pedir a los participantes que adivinen sus posibilidades de morir dentro del próximo año o dentro de los próximos 10 años. Lógicamente, la probabilidad dada para la primera pregunta debe ser menor que la segunda, ya que el riesgo de morir se acumula con el tiempo, pero no todas las respuestas lo reflejan.

Jóvenes trepando una pared escarpada
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Una vez más, esto puede reflejar una incapacidad general para pensar lógicamente sobre las probabilidades.

Finalmente, se le pregunta a los participantes sobre su conocimiento general de los riesgos comunes y su confianza en sus respuestas. Alguien que está irracionalmente seguro de su conocimiento recibirá un puntaje menor. Esto es importante, ya que a menudo es nuestra incapacidad para juzgar nuestras propias habilidades lo que nos pone en las situaciones más peligrosas.

Todas estas preguntas pueden sonar bastante académicas, pero el desempeño de las personas en la escala de competencia para la toma de decisiones tiene, en la jerga psicológica, “validez ecológica”. “Predice muchos resultados en el futuro”, explica Weller, quien ha realizado muchos de estos estudios.

Cuando la prueba de competencia para la toma de decisiones se implementa en adolescentes, por ejemplo, los que obtuvieron puntajes bajos tendieron a tener un mayor consumo de drogas y mostraron más comportamientos delictivos, como el incumplimiento regular de las reglas en la escuela.

Mientras tanto, cuando se prueba en adultos, parece predecir todo, desde perder un vuelo hasta contraer una enfermedad de transmisión sexual o declararse en bancarrota. Es importante destacar que esto es en gran medida independiente de su coeficiente intelectual.

La competencia para la toma de decisiones no es solo una medida de la capacidad intelectual en bruto, sino específicamente qué tan bien alguien es capaz de evaluar situaciones.

Aprendiendo a pensar

Tanto la investigación de Defoe como la de Weller sugieren que los padres y los maestros pueden necesitar un enfoque sofisticado para guiar a los preadolescentes y adolescentes a través de los riesgos de la vida. En lugar de simplemente imponer reglas estrictas que eliminen la exposición del niño al riesgo, podría ser más útil, a largo plazo, para ayudarlo a perfeccionar sus habilidades de pensamiento y toma de decisiones.

Padre e hija haciendo yoga
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Quizá lo más importante sea fomentar el autocontrol y la regulación emocional, ya que tantos peligros son el resultado de la impulsividad. Las prácticas como la atención plena pueden ser útiles, al igual que las prácticas metacognitivas, como enseñar a los niños a imaginar las consecuencias de sus acciones.

En el camino, los padres pueden alentar el uso del pensamiento crítico, estrategias como buscar evidencia que contradiga sus suposiciones. Las escuelas también pueden ayudar a los niños y jóvenes a aprender a tomar mejores decisiones.

En un ensayo de estudiantes de décimo grado en Oregón, EE.UU., los profesores y estudiantes de historia examinaron eventos históricos en términos de las decisiones que enfrentaron figuras históricas, por ejemplo, asumir el papel de trabajadores del acero que deciden si ir a la huelga por salarios más altos.

El estudio encontró que el enfoque aumentó el rendimiento académico de los estudiantes, así como sus puntajes en la prueba de competencia para la toma de decisiones.

Weller enfatiza la necesidad de un enfoque múltiple. “No creo que haya una sola cosa que deba recetarse”, dice. El objetivo es utilizar todos los medios posibles para que los niños y adolescentes comiencen a pensar sobre el riesgo y el peligro de una manera más analítica.

Para cuando lleguen a la edad adulta, deberían estar preparados para lidiar de manera más racional con los peligros de la vida y eventualmente usar esas habilidades para proteger a sus propios hijos también.

*Este artículo fue publicado en BBC Future. Haz clic aquí si quieres leer la vesión original (en inglés).