EDITORIAL

Tragedia de Xela enluta al país y exhibe fallos

La avalancha humana que dejó nueve fallecidos —entre ellos dos menores de edad— y 20 heridos a la salida de un concierto gratuito en Quetzaltenango la noche del 14 de septiembre exhibe una cadena de errores y negligencias que abarca tanto a funcionarios como a encargados de velar por la logística del evento. Al tratarse de una fiesta pública era previsible que la afluencia de espectadores fuera masiva. Las zonas de evacuación debían estar bien señalizadas y libres de obstáculos. Sin embargo, por desarrollarse dentro la Feria de la Independencia se permitió la instalación desordenada de ventas alrededor.

La negación, el silencio o endilgarse responsabilidades unos a otros luego de una tragedia de tal magnitud nunca son una opción, porque hay dolor, luto y ruptura de tejidos familiares irreparables. En un fin de semana que debió ser para compartir el descanso, hubo padres, hijos y hermanos que sepultaron a seres queridos, fallecidos al parecer por una mala gestión del egreso, para el cual, según dicen, había una sola salida para una multitud. Algunos testigos afirman haber escuchado disparos y en el caso de ser cierto, no se respetó la prohibición de no ingresar armas de fuego al área de la presentación. Sea cual haya sido el detonante, en pocos minutos se produjo la mortal estampida humana.

Los protocolos de seguridad para cualquier tipo de evento colectivo, ya sea en un espacio techado o al aire libre, gratuito o pagado, abarcan un conjunto de procedimientos coordinados, conocidos y ensayados por todo el personal de servicio en una actividad. Al tener carácter público debe involucrar a empleados municipales, cuerpos de socorro y agentes policiales para prever cualquier contingencia que se pueda suscitar.

La Municipalidad de Quetzaltenango, la Policía Nacional Civil, bomberos, delegados de la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres y la empresa organizadora se han limitado a condolerse y exculparse. Quizá la más desafortunada de las expresiones fue la del alcalde altense, al decir que las personas acuden a este tipo de eventos “por su cuenta y riesgo”. Los asistentes a todo concierto llegan de forma voluntaria, pero con la intención de disfrutar y no de perecer.

La historia nacional ha dado duras lecciones del altísimo costo humano que tiene la imprevisión, el descuido y la negligencia en eventos masivos. Baste recordar la infausta noche del 16 de octubre de 1996 cuando murieron 83 personas y más de 200 quedaron lesionadas al producirse una avalancha humana en los graderíos del estadio nacional, en ese entonces, Mateo Flores.

Es necesario aclarar si la noche del 14 de septiembre hubo un verdadero protocolo de reacción y evacuación. Y si el mismo existía, respecto del control del aforo, del ingreso de armas y de una evacuación de emergencia, quiénes fueron los responsables. No puede repetirse una tragedia como esta y por ello deben existir instrucciones previas a la asistencia de todo evento masivo, difundidas por medios de comunicación y redes sociales, así como por altavoces y pantallas en el lugar de reunión. Además, habilitarse salidas de emergencia libres y bien señalizadas. Un protocolo de emergencia se crea con la esperanza de que no sea necesario activarlo, pero si llega a ocurrir una contingencia, es lo que marca la diferencia entre la vida y la muerte. Nuestras más sentidas condolencias a los familiares y amigos de las víctimas, cuyas historias de sueños, trabajos y recuerdos familiares hemos publicado para mostrar que la tragedia tiene rostros.

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