EDITORIAL

No hay hambre ajena

Problema de décadas, tema utilizado por politiqueros para darle emotividad a sus promesas y hasta generar dependencias y plazas para sus allegados, la desnutrición infantil crónica y aguda en Guatemala es un desafío acuciante que necesita ser enfrentado por el Estado en su conjunto hasta lograr su erradicación. Pero para esto se necesita de una agenda nacional de dos o tres décadas, que trascienda gobiernos, partidas y funcionarios.

Por supuesto, en esta difícil tarea son fundamentales las iniciativas de personas e instituciones privadas, y por ello es tan loable el proyecto Guatemaltecos por la Nutrición, un plan de intervención que abarcará municipios de Huehuetenango y Quiché con altos índices de niñez desnutrida, situación que impacta su capacidad de aprendizaje escolar y por ende su desarrollo cognitivo de por vida. Se trata de un abordaje integral que incluye atención médica, unidades móviles de atención, saneamiento, provisión de nutrientes y también generación de oportunidades productivas comunitarias, a fin de brindar una solución permanente y no solo un paliativo. Obviamente, no es un problema sencillo de abordar, pero se contará con un equipo multidisciplinario que evaluará variables sociales, económicas y culturales que inciden en la prevalencia de casos. Sin duda alguna, será un aporte trascendental cuyos hallazgos podrían marcar un nuevo paradigma en el abordaje de este problema.

Queda claro que el desarrollo productivo de las comunidades constituye un objetivo fundamental para generar seguridad alimentaria permanente. Existen factores que impactan en este potencial, tales como la migración interna y externa, el cambio climático, las técnicas agrícolas, las relaciones familiares e incluso la calidad de la convivencia comunitaria. En todo caso, una de las actitudes que podría comenzar a marcar un cambio permanente en el abordaje de la desnutrición es la creciente conciencia de la ciudadanía acerca de la necesidad de tener lazos de solidaridad con las zonas que presentan mayores índices de inanición. Algunas iglesias y organizaciones no gubernamentales impulsan, desde hace años, programas de alimentos a bajo costo, cooperativas de madres y monitoreos nutricionales a los niños, con buenos resultados.

Lejos de cualquier protagonismo propagandístico o de ser simplemente un ente burocrático más, la Secretaría de Seguridad Alimentaria y Nutricional (Sesán) debería convertirse en aglutinador del monitoreo de todos los esfuerzos en curso, para proveer una base de datos nacional, actualizada en tiempo real, sobre los avances obtenidos y los factores comunes. Entidades como el Instituto de Nutrición de Centro América y Panamá (Incap) poseen vasto acervo de proyectos e investigaciones de las cuales se debe hacer acopio.

La propia ciudadanía, empresas y grupos religiosos pueden abrir espacios de aporte para abatir ese reto. No existe hambre ajena, porque sus consecuencias impactan a toda la Nación. La falta de nutrientes en la niñez reduce capacidades de aprendizaje que, a su vez, redundan en el potencial de la futura población productiva. Es necesario romper el ciclo de la desnutrición, y este es el momento de recuperar la moral para afrontarlo de manera sostenida.

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