EDITORIAL

Independencia y libertad aún se dirimen hoy

Era esperado y lógico el retorno de expresiones de algarabía ciudadana en la víspera del aniversario 201 de independencia, ya que transcurrieron tres años desde el último festejo. En 2020 y 2021 fueron suspendidas las carreras de antorchas y también los desfiles, debido a las restricciones sanitarias por la pandemia. La vida continúa, los retos nacionales siguen latentes y también los anhelos e ideales de una Guatemala mejor, sin la marca de la desnutrición, de la pobreza, los afanes despóticos o la corrupción.

Más allá de la pasajera euforia nacionalista con banderas al viento, pero también más allá de los reiterados reclamos acerca de una historia bicentenaria de hechos pretéritos que no se pueden cambiar, la coyuntura septembrina tiene esa innegable mezcla de nostalgia, tradición y simbología patria. En la memoria se guardan actividades como la elaboración de carteles alusivos y las prácticas de percusiones con semanas o meses de antelación para participar en uno o varios desfiles, actividad que también abre enconadas polémicas a causa de su ascendiente militar, aunque poco a poco las bandas escolares han girado hacia ritmos y coreografías más festivos, con adaptaciones de populares melodías nacionales que igual arrancan una sonrisa u obligan a contener una lágrima por la colisión de tanta alegría y de tantos dramas subyacentes.

Nadie niega hoy que el momento de la emancipación política de España, en 1821, fue detonado por un conjunto de circunstancias que confluyeron con un plan apoyado por autoridades y actores políticos de la época, movidos por sus propias afinidades e intereses. Sobrevinieron disputas por cuotas de poder entre dos facciones cuyas rivalidades harían imposible la pervivencia de la posterior Federación Centroamericana.

En este pulso sin acuerdos, sin una visión de desarrollo y con limitados espacios para visiones ilustradas, se sucederían gobiernos frágiles, guerras y también dictaduras de uno u otro bando que se cerraron en sus propias obsesiones y que contaron con el aval de congresistas y funcionarios de turno, incluso durante períodos de oscurantismo y represión. He ahí la historia, con próceres y villanos, caudillos y tiranos. El suspiro democrático que vivimos desde hace 35 años vuelve a estar en peligro por causa de nuevas polarizaciones inducidas e intolerancias refritas.

Es allí donde debería germinar el ideal de una nueva política, una recta ética del liderazgo público y una moral coherente del servicio político. Tantas lecciones de avales o silencios cómplices amparados en dogmatismos relativistas deberían ser asumidas en serio por parte de políticos, precandidatos, funcionarios, legisladores y ciudadanos para no seguir emulando y mucho menos anhelando capítulos obsoletos de cerrazón que solo han dejado subdesarrollo, violencia y nuevos resentimientos acicateados adrede.

Y aún así Guatemala sigue brillando a través de su multiculturalidad, de su patrimonio prehispánico y natural, de su profundo imaginario reflejado a través de la literatura, el arte visual, la música y otras artes. Refulge como un faro inconfundible el trabajo tesonero de tantas generaciones de guatemaltecos, la unión de las familias y la trascendencia de valores fundacionales como la libertad, que necesitan ser defendidos a diario de pretensiones trasnochadas. La independencia se sigue discutiendo hoy, a diario. Pero a diferencia de aquel 1821, en que casi nadie se enteró en tiempo real, hoy la ciudadanía puede ser protagonista y responsable de escribir un mejor porvenir, con visión prospectiva fundamentada en la excelencia.

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