PLUMA INVITADA
Una nueva Guerra Fría podría retrasar el progreso de la ciencia
Una de las muchas consecuencias desafortunadas de la invasión de Ucrania por parte de Rusia es el daño colateral a la cooperación científica internacional. Es probable que las últimas dos décadas hayan representado el clímax de esta cooperación. Ahora parece estar llegando a una pausa, si no es que a su fin.
' En los años inmediatamente posteriores al fin de la Guerra Fría en 1991, los científicos rusos recurrieron con mayor frecuencia a Europa y Estados Unidos para continuar involucrados en la investigación fronteriza.
Michael Riordan
En los años inmediatamente posteriores al fin de la Guerra Fría en 1991, los científicos rusos recurrieron con mayor frecuencia a Europa y Estados Unidos para continuar involucrados en la investigación fronteriza. Mediante los esfuerzos de presidentes como George H.W. Bush y Bill Clinton, la Estación Espacial Freedom se convirtió en la Estación Espacial Internacional, la cual incluía contribuciones importantes de Canadá, Japón, naciones europeas y Rusia como socios.
Entre 1993 y 1996, la agencia rusa responsable de la energía atómica firmó acuerdos con el Laboratorio Europeo de Física de Partículas Elementales, conocido como CERN, y contribuyó fondos, equipo e inteligencia al Proyecto del Gran Colisionador de Hadrones. Ese proyecto condujo al descubrimiento en 2012 del bosón de Higgs, una partícula subatómica pesada que confiere masa a otras partículas elementales. Su existencia se había predicho medio siglo antes.
Durante la década de los noventa, científicos rusos de la Universidad Estatal Lomonósov de Moscú se unieron a la colaboración científica internacional LIGO, que en 2016 anunció pruebas sorprendentes de fusiones de agujeros negros ultramasivos. El descubrimiento confirmó la predicción de la teoría general de la relatividad de Einstein de que eventos cataclísmicos como la fusión de dos agujeros negros —en este caso, a unos 1300 millones de años luz de distancia— crean ondas en el espacio-tiempo conocidas como ondas gravitatorias.
Sin embargo, hace poco, Rusia decidió terminar su participación en la estación espacial después de 2024 y el CERN ya no les permitirá a los institutos rusos participar en los experimentos de colisiones después de que sus contratos con Rusia expiren ese año. Además, la Agencia Espacial Europea excluyó a Rusia de su proyecto planeado del róver ExoMars, a pesar de los retrasos de años que es probable que ocasione esa decisión. Y sin importar los esfuerzos de Rusia para apoyar el proyecto de rayos X láser conocido como European XFEL en Alemania, que ha abierto nuevas oportunidades para la investigación de ciencia de materiales, biología y física, (al menos por ahora) ni los científicos ni las instituciones rusas podrán realizar nuevos experimentos en estas instalaciones.
Desde el fin de la Guerra Fría, la investigación científica ha avanzado a tal grado que proyectos internacionales caros y de amplio alcance como estos son la única manera de hacer avanzar las fronteras en muchas disciplinas. Las naciones individuales ya no disponen de recursos financieros e intelectuales suficientes para desarrollar la ciencia de forma unilateral. De este modo, la actual retirada de la participación rusa en estos grandes proyectos puede frenar con facilidad el progreso científico, así como perjudicar las relaciones internacionales en general.
El CERN se estableció en un suburbio de Ginebra a principios de los cincuenta para promover la cooperación pacífica entre las naciones europeas, que habían sufrido dos guerras desastrosas durante los cuarenta años anteriores. Los organizadores consideraron que la física nuclear y de altas energías eran disciplinas prometedoras que invitaban a la cooperación. Y estaban en lo correcto. Con el descubrimiento a principios de la década de 1980 de los bosones W y Z, que juntos son responsables de una de las cuatro fuerzas fundamentales que rigen el comportamiento de la materia en el universo, el CERN se consolidó como el principal laboratorio de física de altas energías del mundo. Para muchos líderes europeos, se había convertido en la máxima expresión de la unión continental, razón suficiente para aprobar su multimillonario proyecto del gran colisionador de hadrones de la década de 1990.
Tras la disolución de la Unión Soviética en 1991, el financiamiento de muchos de sus institutos para la investigación científica colapsó. El CERN se convirtió en el principal espacio donde los físicos rusos de alta energía podían continuar haciendo investigaciones de vanguardia. Y este laboratorio había comenzado a buscar financiamiento adicional para el colisionador de hadrones más allá de las naciones europeas que formaban parte de él. Los físicos del Instituto Conjunto de Investigación Nuclear de Rusia se unieron al gigantesco experimento del Solenoide Compacto de Muones en su colisionador, y colaboraron con su diseño e hicieron contribuciones importantes. Podrían atribuirse el mérito de su participación en el descubrimiento del bosón de Higgs, quizá la cúspide de los logros científicos internacionales. Rusia se convirtió en un actor importante de un “laboratorio mundial” unido por internet y la web, que ahora incluye a Canadá, China, India, Japón, Estados Unidos y muchas otras naciones no europeas.
Parte del razonamiento para establecer el CERN fue promover el entendimiento internacional entre los investigadores que trabajan para alcanzar objetivos científicos comunes. Ha probado ser un maravilloso lugar políglota. Aunque el inglés y el francés dominan las conversaciones en los laboratorios, las oficinas y la cafetería, las diferencias nacionales parecen fundirse entre entusiastas intercambios técnicos y buena comida.
Sin embargo, esta camaradería científica comienza a desaparecer cuando una de las naciones participantes ataca de manera brutal a otra. Durante el primer mes de la invasión rusa a Ucrania, miles de científicos rusos firmaron una petición en la que manifestaban su oposición al ataque y con ello pusieron en gran riesgo su carrera y su “modus vivendi”. En cambio, los institutos científicos rusos siguieron la línea del Kremlin, ya que dependen de su apoyo continuo.
Las colaboraciones que se basan en las relaciones individuales pueden continuar con algunos científicos rusos. Sin duda, este intercambio intelectual es valioso. Pero es fácil imaginar que los retrocesos y las retiradas continuarán en otros grandes proyectos científicos, si no lo han hecho ya, en detrimento de las relaciones internacionales en general. Este sería un aspecto desafortunado de una nueva bifurcación del orden mundial muy parecida a la que se produjo durante la Guerra Fría. Pero espero sinceramente que los fuertes lazos científicos establecidos durante las últimas tres décadas sobrevivan y ayuden a restablecer relaciones más extensas entre Oriente y Occidente.
*©2022 The New York Times Company