ALEPH

“En el pueblo de donde yo vengo, nadie sabe de derechos”

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“Ay, Dios, en el pueblo de donde yo vengo nadie sabe de derechos. Cuando llegué acá me di cuenta de que existían y que yo tenía derechos como adolescente. Eso hizo que mi mente se abriera más y que me diera cuenta en la case de aldea en la que vivo, donde los hombres son machistas, las mujeres se dejan mandar o donde las mujeres son usadas como objeto y los hombres trabajan todo el día para ganar una miseria y ponerse bolos y violentos todos los fines de semana, después de que les pagan”.

' Muchas, luego de haber sufrido violencia sexual, ni siquiera saben que han sido víctimas de un delito.

Carolina Escobar Sarti

Ella tiene ahora 16 años, toca teclado y marimba, escribe un diario, se sabe de memoria el poema Nadie está solo, de Goytisolo, y habla sonriendo y viendo directo a los ojos. Viene de una aldea de un departamento del sureste de Guatemala donde todo queda lejos, y esa aldea podría ser cualquier otra en cualquier departamento de este país de cuerpos desnutridos, abusados, maltratados y abandonados. Para mi buena fortuna, me ha tocado acompañar muchos procesos de transformación y toma de conciencia en niñas y adolescentes durante más de una década y puedo atestiguar, sin temor a equivocarme, que si el Estado de Guatemala respondiera integralmente a las necesidades de educación, salud integral, apoyo familiar, educación integral en sexualidad, derechos humanos, recreación, escucha activa, ambientes dignos y seguros para niñas y adolescentes, estaríamos construyendo presentes y futuros muy distintos, no solo para ellas y sus familias, sino para el país.

Ni la caridad, ni la lástima, ni la mojigatería son las respuestas que piden los miles de relatos de niñas, adolescentes y mujeres abusadas y maltratadas en Guatemala. La respuesta ha de ser integral, y pide una ética del cuidado y de la protección que millones no han conocido. Muchas de ellas, luego de haber sufrido violencia sexual, ni siquiera saben que han sido víctimas de un delito. Y es no solo porque no saben leer y escribir, o porque en la escuela o en su casa nunca les hablaron de sus derechos, sino porque su hermana, su madre y su abuela vivieron lo mismo y necesitan voltear a ver para otro lado cuando se dan cuenta de que le ha tocado a la siguiente. Así la normalización de los abandonos y de la violencia en los cuerpos de las niñas. ¿O acaso no hemos oído la expresión de “ya alcanza el timbre” o “ya pesa más de 80 libras”?

De acuerdo con el Observatorio de Salud Sexual y Reproductiva (Osar), en el 2020 se contabilizaron 104.837 embarazos de niñas y adolescentes entre 10 y 18 años en Guatemala, incluidas 4.814 menores de 14 años. En el 2019 la cifra había sido aún más elevada, con 111.854 niñas y adolescentes embarazadas. Si esto no asusta, no asusta nada. Sabemos, como que dos más dos son cuatro, que el embarazo (forzado casi siempre) en esas edades tiene efectos en el desarrollo de las niñas y adolescentes, en sus trayectorias educativas y laborales, en su salud emocional y física, en sus vidas, en las de sus familias, comunidades y en toda la sociedad. Eso también habla de una sociedad donde la corrupción es la norma y esa norma bloquea oportunidades.

Abrir los ojos no solo pasa por una violación o por muchas de ellas, pasa por tomar conciencia del hecho en el propio cuerpo y la propia vida. No las queremos víctimas para siempre, sino sujetas de su propia historia y mujeres que contribuyen a levantar, por las buenas, un país. Esto significa que tendrán acceso a una buena educación, salud, alimentación, buen trato y espacios seguros de manera constante y sostenida. Significa que la sociedad civil y la sociedad política atienden sus necesidades y garantizan sus derechos.

Por eso, cuando ella y tantas más me hablan sobre sus sueños y su futuro viéndome directamente a los ojos y con una sonrisa en el rostro, recuerdo siempre aquella cita de mi querido Borges: “Claro que creo en los sueños. Soñar es esencial, puede ser la única cosa real que exista”.

ESCRITO POR:

Carolina Escobar Sarti

Doctora en Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad de Salamanca. Escritora, profesora universitaria, activista de DDHH por la niñez, adolescencia y juventud, especialmente por las niñas.