EDITORIAL

Una ética motorizada

La conducta vial de los guatemaltecos se encuentra regida por una ley de tránsito anacrónica y que precisa de una revisión para actualizarla a las circunstancias actuales, en las que la circulación motorizada por vías públicas se ha vuelto masiva y a menudo fuente de conflictos, percances y muertes. No obstante, la norma contiene aspectos cuyo cumplimiento no ha sido implementado con claridad, ya sea por desidia o incapacidad, que podrían marcar una diferencia sustancial.

Quizás la primera de ellas es la primacía de los peatones, quienes tienen derecho de vía en rutas terrestres o acuáticas, “siempre que lo hagan en las zonas de seguridad y ejerciten su derecho por el lugar en la oportunidad, forma y modo que normen los reglamentos”, según lo especifica el artículo 12. A este respecto se puede observar el irrespeto de los conductores de autos, camiones, buses y motocicletas a los pasos peatonales claramente señalizados y frecuentemente invadidos. En otros casos, son las mismas autoridades ediles las que reducen las aceras y espacios peatonales para inventar carriles.

Por otro lado, es frecuente la escena de peatones que cruzan transitadas arterias, a riesgo de sus vidas, justo debajo o en las proximidades de una pasarela.

Las amonestaciones o suspensiones de licencia de conducir, temporales o definitivas, tampoco tienen una clara aplicación, y esto prolonga las fechorías de auténticos cafres del volante, sobre todo en carreteras: autobuses que rebasan en vía contraria, que irrespetan la señalización y que ponen vidas en peligro. La inversión en un sistema electrónico público, sólido y transparente para registrar la acumulación de amonestaciones constituye uno de los grandes vacíos que prolongan comportamientos antisociales tras el volante.

La inacción de las policías de tránsito ante la falta de luces nocturnas adecuadas, faros pidevías, iluminación de placas y a veces la portación misma de matrícula se convierten en tácitos permisos para crear peligro en rutas. La falta de regulación para la intensidad o direccionamiento de luces led crea innecesarios riesgos en la circulación nocturna.

Existen tantas situaciones de transgresión, conflicto y riesgo sobre las cuales las autoridades deben enfocarse proactivamente para atajar percances lamentables. Las multas por infracciones no deben ser una caja chica antojadiza que se activa cuando toca pagar el bono 14 o el aguinaldo a los empleados municipales, son una sanción que debe ir acompañada de educación vial.

Debajo de toda ley subyacen valores y principios fundamentales, como el respeto a la vida, la empatía, la prudencia, la responsabilidad y el amor al prójimo. Todos estos conceptos van mucho más allá de la formulación positiva de la norma sancionada por la autoridad. En otras palabras, no solo se trata de respetar las reglas de tránsito por temor a un castigo, sino por elemental conciencia ética, asumida con libertad y autonomía. Por ejemplo, rebasar en curva o conducir fuera de los límites de velocidad permitidos no solo es ilegal, sino es inmoral, porque pone vidas en peligro, incluyendo la propia y la de los acompañantes. En tiempos de creciente tránsito, deficiencias policiales y limitada infraestructura, la ética al volante es una obligación personal inherente.

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