El miedo saca a flote una de las mayores debilidades humanas: el temor a la muerte. De acuerdo con la antropología cristiana, eso explica el pecado y todos los males.
En todas las circunstancias de la vida, lo desconocido turba la mente e impide enfrentar el futuro con claridad. En tales circunstancias, las reacciones emocionales paralizantes son normales. En ese sentido, el miedo es una advertencia necesaria frente a esa debilidad.
Dado que los males existen, es normal sentir miedo cuando acechan. Y que, como indicios de muerte, nublen la visión con estelas espesas de incertidumbres, turbando la mente con imágenes creadas de un inminente mal desastroso.
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El miedo, un maestro interior
Sin embargo, el miedo es el maestro interior que nos frena a no actuar con arrebatos. Nos obliga a posponer acciones, pues advierten acerca de las consecuencias. Es por lo que solo al salir del miedo tendemos a socializarlo como aprendizaje.
Propongo, no tenerle miedo al miedo. Empezando por desterrar de la parte blanda de las emociones, aquello que decía Montaigne: de nada tengo más miedo que del miedo. Se trata de sacar provecho al miedo dando lugar al miedo.
Esto es: dejar que invada lo más recóndito de la existencia. De todas maneras, como decía Cicerón: el terror expulsa de mi ánimo toda sabiduría. Así, al volver la calma, porque sabemos que volverá, halla en nosotros algo más que cordura; halla sabiduría perdurable en dirección de la virtud y el buen vivir, según el ideal socrático.
Así, el miedo es aliciente para hacer un alto en el camino. Como emoción protectora impele a evitar los males. Es luz en rojo que advierte sobre consecuencia fatal. Los segundos en rojo permiten ordenar los pensamientos y retomar la ruta que traíamos de manera confiada, hasta que como relámpago en la noche oscura apareció el miedo, obligándonos a repensar la vida.
El miedo para refundar el amor
Con el miedo analizamos los valores, refundamos el amor que es lo más santo y sagrado de lo humano.
Teológicamente, el pecado mueve a lo irracional, a lo falso y atenta con la conciencia recta. Con lo cual, pecar es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo. Según san Pablo, darle lugar al pecado es darle lugar a la muerte (Rm 5, 12).
La muerte, como ausencia del amor verdadero, explica la muerte psicológica, causa de otros infinitos males que atentan contra la vida feliz, evidenciados en el miedo.
Por consiguiente, abordar el miedo de modo positivo no es solo un esfuerzo resiliente, sino refundar la vida en valores como la confianza y la responsabilidad que, obligan mirar hacia la profundidad de nosotros mismos: beber de nuestro propio pozo y a la vez saciar la sed de aquellos que se aproximan a nuestro brocal. Desde luego, eso no es vencer la muerte y con ello los miedos, nos habilitan para asumir con actitud saludable las miserias humanas, a partir de “uno mismo”, los demás y lo trascendente.
*Fraile dominico del centro Ak’Kután de Cobán Alta Verapaz
Límites
Gvillermo Delgado OP
Darle lugar al miedo es ponerle límites, por ejemplo, que no vaya más allá de diez segundos.