Su más reciente libro, El cuaderno del fin del Mundo, es prueba materializada de una celebración cotidiana que más allá de entenderse como festiva, desborda nostalgia y añoranza.
Consiste en la recopilación de 40 textos que elaboró desde inicios del confinamiento en el 2019, y que concluyó con un proceso editorial del que resultó una bitácora en la que incluye fotografías tomadas por ella durante los meses más complejos de la pandemia.
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En el resultado final, Vania abre la ventana de sus días para que cualquiera se reconozca en los textos que a la vez se sienten genuinos e intentan revelar cómo se siente existir desde el encierro en tiempos de crisis, en especial en Guatemala.
Aunque se trata de una publicación de “literatura pandémica”, este registro da cuenta de las posibilidades de la escritora quetzalteca desde una misma identidad poética que ha trabajado en sus más de cinco libros, publicados durante los últimos 12 años.
¿Qué importancia tuvo para usted el hecho de desarrollar un libro en el marco de una época tan convulsa como la crisis por el covid—19?
En algún momento de esa época no sabía si iba a poder seguir escribiendo, porque muchas cosas en mi vida habían cambiado. Un mes antes del primer caso positivo en el país perdí a mi papá y luego mi trabajo. Con la llegada de la pandemia tuve que mudarme de la capital a
Quetzaltenango, y con eso me tocó adaptarme a un ámbito hogareño distinto. Tenía que enfrentarme a nuevas responsabilidades familiares y administrativas que no había reconocido durante los 18 años anteriores. Con todo ese nuevo orden y menos tiempo me parecía difícil seguir escribiendo. Aun así, luego de toda la destrucción y el incendio que atravesé la escritura fue lo que pude rescatar.
En Quetzaltenango inicié lo que se terminó por convertir en El cuaderno del fin del Mundo. Fue algo que surgió de pensamientos en la vida doméstica. De repente leía o escuchaba noticias y solo me preguntaba qué iba a pasar con todo. Tratando de entender la crisis mundial empecé a escribir textos muy breves de lo que sentía o pensaba. Pasó el tiempo y cuando me tocó hacer la revisión de los escritos me asombré al ver que todo tenía sentido. Había una continuidad formada de muchas incertidumbres.
¿Qué efectos diría que tiene reconocer el pasado desde este tipo de manifestaciones escritas?
Creo que es un ejercicio importante y necesario, especialmente en países como este, en los que hacer memoria es realmente difícil porque existen ciertos bloqueos históricos y coyunturales. Nos han enseñado que no es necesario voltear a ver al pasado, que es mejor seguir hacia adelante y olvidar.
Pero solo si logramos entender realmente cómo fue el pasado podremos seguir avanzando y vamos a poder seguir curando muchas cuestiones antes de llegar a un futuro que, esperamos, sea mejor.
En sus textos se encuentra de forma muy explícita la magnificación de lo cotidiano y lo sutil. ¿A qué responden estas búsquedas?
Estoy muy interesada en la narrativa, en la poesía y en la cotidianidad. Sin embargo, en la narrativa esa cotidianidad toma un poco de distancia en la que observo y luego escribo. Es algo que me permite ver las cosas con cierto humor a pesar de que no sea para nada una realidad amable.
Esa distancia me mantiene a salvo y me da una perspectiva en la poesía. Ahí, a pesar de valerme de la cotidianidad que surge de mi visión, hay un compromiso más profundo. Los poemas surgen en el momento en que quito la barrera y me enfrento a la realidad mucho más de cerca.
A veces podemos pasar por los días bastante adormecidos porque hay que cumplir, hay que ver qué se comerá mañana, hay que encargarse de los más cercanos y también de la comunidad. Por eso muchas veces no nos permitimos sentir ni nos dejamos afectar. Sin embargo, creo que es parte de la vida el hecho de estar bien despiertos. Y estar bien despiertos implica sentirlo todo.
Publicar y compartir los mundos interiores quizá no siempre es tan fácil para las personas. ¿Qué opina acerca de la auto publicación?
Hay algo interesante y es que si seguimos la historia de la poesía guatemalteca, esta se ha realizado a través de la auto publicación. Desde don César Brañas, que hacía sus propios libros y los regalaba entre sus amigos, hasta Tito Monterroso, que dentro de la Generación del 40 empieza la Revista Acento. Así llegamos a la modernidad donde muchos poetas han compartido sus obras en blogs o sitios de internet. Es una dinámica en la que nunca se detiene. Hay que aprender a tocar puertas o golpear otras hasta que alguna se abra.
La historia de la poesía se refiere muchas veces a autores masculinos, pero, ¿qué opinión le merece la visibilidad de las mujeres en la poesía de Guatemala, tomando en cuenta muchas de las revisiones históricas que se hacen en el presente?
Encima de las limitaciones históricas que se traen, hay que tomar en cuenta que a la mujer le ha tocado acarrear un sinfín de limitaciones que tienen que ver con responsabilidades diarias, no solo domésticas, sino también laborales.
Creo que sí han existido grandes dificultades en cuanto a la autogestión y la auto publicación en la historia de la literatura, pero las complicaciones han sido dobles para las mujeres. Se relaciona con la disponibilidad de tiempo para hacerlo, y tomando en cuenta las “obligaciones” que les han rodeado.
Pero también hay que celebrar el privilegio que han tenido muchas de publicar —como Luz Méndez de la Vega, Ana María Rodas, Alaíde Foppa, entre otras—, sobre todo porque antes a la mujer le correspondía el silencio, pero ahora tiene una voz individual y colectiva. Me da muchísima esperanza ver en este tiempo que haya un gran número de mujeres que salen y exigen derechos y espacios. Siento que vamos por un buen camino, pero falta muchísimo.
¿Hay autores que suela recomendar o que tenga presentes?
Creo que actualmente hay bastantes escritores guatemaltecos que vale la pena ponerles atención. Destaco a Eduardo Juárez que es un narrador increíble y que nos puede acercar a otra dimensión, podría decirse bastante marginal del país y a la que pocas personas se han acercado.
Es una narrativa muy directa y hasta salvaje que incluso muestra ternura. También admiro la narrativa de Arnoldo Gálvez Suárez; creo que es uno de los escritores más lúcidos de esta generación. Por otro lado, la escritura de Negma Coy es destacable no solo por la palabra, sino por su musicalidad. También me agrada mucho el trabajo de Rosa Chávez.
¿Cómo pintan los planes a futuro en su camino literario?
Tengo ganas de seguir haciendo cosas. Tengo ganas de seguir despierta, de seguir viendo, escuchado… Que me cuenten historias, y también seguir al tanto de los relatos que cuenta este país.