EDITORIAL

Plantar y cuidar futuro

Con frecuencia se desarrollan campañas ecologistas en las cuales se obsequian pequeños árboles con la posible finalidad de que sean plantados en áreas verdes, jardines o terrenos boscosos. Noble gesto. Simbólico, pero aparente, porque no deja de ser solo el primer paso de un largo camino que no muchos están interesados o conscientes de su necesidad. Las plantas no traen instrucciones del tipo de suelo adecuado, de los cuidados requeridos y del desarrollo que pueden tener, al punto que tienen pocas probabilidades de sobrevivir o bien se convierten en un problema cuando sus raíces levantan aceras y asfaltos.

De la necesidad de reforestación en Guatemala no existe duda alguna. Se trata de una prioridad que debe ser abordada por autoridades, centrales y municipales, pero también por la propia ciudadanía. Porque la finalidad no les es ajena. Campos, parques, barrancos y zonas de bosques arrasados pueden convertirse en zonas de recarga hídrica y barreras contra la erosión, una misión obligada ante la actual crisis ambiental. Pero no todos quieren hacerse responsables.

Tampoco es cuestión de armar campañas de reforestación meramente publicitarias. Debe existir información adecuada sobre los tipos de árbol adecuados para el fin requerido. De buenas intenciones está empedrado el camino a las complicaciones. Por ejemplo, se da el caso de zonas en las cuales no se han replantado especies originarias, sino exógenas, como el eucalipto, un árbol muy resistente y adaptable, pero de difícil coexistencia con otras especies vegetales, que consume mucha agua y no es efectivo contra la erosión. No obstante, se le utiliza de forma prolija para reforestar, sin medir sus implicaciones ambientales reales.

El consumo de maderas finas ha llevado a un agotamiento de zonas que otrora eran selvas imponentes e incluso ha motivado invasión de áreas protegidas. Si bien existen esfuerzos de silvicultura destinada a un aprovechamiento sostenible, la masa forestal del país sigue amenazada y con ella incluso extensas zonas de cultivos que también se suelen vender como reforestación alternativa. A un buen número de personas les resulta indiferente o ajeno el tema, hasta que padecen de escasez de agua y lluvias.

Decía el poeta José Martí: “Hay tres cosas que cada persona debería hacer durante su vida: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro”, y es un consejo lírico que podría tener efectos virtuosos. Lamentablemente, algunas personas escriben en las cortezas de los árboles, dejan plantados los libros y dan ejemplo de indiferencia a los hijos.

Vienen y van días de la tierra, días del medioambiente, días del árbol, se producen aluviones de publicaciones en redes sociales con fotografías de exaltación de la riqueza natural guatemalteca y quizá alguna pequeña campaña de siembra de árboles. Sin embargo, estos necesitan cuidado, mantenimiento, un compromiso casi simbiótico, sin el cual probablemente no prosperen y a futuro la misma humanidad percibirá los efectos nocivos. Ya los padece, pero pueden empeorar. No se trata solo de crear programas clientelares de contratación de gente —es decir, votantes— para restaurar bosque; se necesita, fundamentalmente, de que germine y crezca una nueva actitud hacia el ambiente y hacia sus más amables embajadores, los árboles.

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