Saltaron de sus Jeeps con sus botas de combate golpeando con fuerza el pavimento y les ordenaron a los 500 pacientes y miembros del personal del hogar para gente con necesidades especiales de Borodianka que salieran al patio, a punta de pistola.
“Pensamos que nos iban a ejecutar”, comentó Maryna Hanitska, la directora del hogar, en una entrevista de esta semana realizada días después de que las fuerzas rusas se retiraran de Borodianka.
Hanitska contó cómo los soldados sacaron una cámara. Le gritaron a Hanitska para que hiciera que todos sonrieran. La mayoría de los pacientes estaba llorando.
“Te ordenamos decir a la cámara: ‘Gracias, Vladimir Vladimirovich Putin’”, le exigieron los soldados a Hanitska.
Hanitska mencionó que, con varias armas en el rostro, repasó a toda prisa sus opciones. Nunca le habría agradecido al presidente de Rusia, a quien había llamado “mentiroso” y “asesino”.
Pero no quería que los soldados hirieran a nadie. Así que logró decir: “Gracias por no matarnos”.
Luego, se desmayó.
Así comenzó un calvario de pesadilla en un centro de salud mental ucraniano en Borodianka, un pequeño pueblo con unos pocos edificios de apartamentos que se encuentra en una intersección estratégica a unos 80 kilómetros al noroeste de la capital, Kiev.
En más de una docena de entrevistas realizadas en los últimos dos días en Borodianka y otros pueblos en las zonas devastadas alrededor de Kiev, los habitantes describieron a los soldados rusos como brutales, sádicos, mal instruidos e inmaduros. No se pudieron verificar cada uno de los relatos de los habitantes, pero concuerdan con otros relatos y evidencia visual sobre la conducta de los rusos en la región.
El asedio al centro de salud mental se prolongó durante semanas, en las cuales el edificio se quedó sin calefacción, agua y electricidad, y más de una decena de pacientes perdió la vida. Lo acontecido ahí representa la profundidad de la desesperanza y al mismo tiempo el increíble coraje durante una ocupación rusa breve, pero lacerante.
Los administradores del hogar especializado en salud mental de Borodianka señalaron que los soldados rusos se robaron el suministro de alcohol de uso tópico para bebérselo. Los habitantes de otros lugares mencionaron que robaron sábanas y zapatos deportivos y vandalizaron con grafitis pueriles muchas de las casas que se apropiaron. Los trabajadores en el centro de salud mental también comentaron que, al momento de su partida, los soldados rusos garabatearon mensajes profanos en los muros… con excremento humano.
“Vomité cuando vi eso”, comentó Hanitska. “No entiendo cómo fueron criados, quién los crio y quién pudo hacer esto”.
Lypivka, un diminuto pueblo que luce insignificante frente a los inmensos campos de trigo que lo rodean, fue ocupado por soldados rusos hasta el 31 de marzo. Según los pobladores, los rusos los traicionaron.
Algunas pobladoras les habían suplicado a los comandantes rusos que les dieran permiso de evacuar y al parecer los rusos accedieron. Por lo tanto, el 12 de marzo, un grupo de hombres de la tercera edad, mujeres y niños se apretujaron en catorce automóviles y poco a poco comenzaron un viaje hacia un lugar donde pensaban que estarían fuera de peligro.
“Todos llevábamos banderas blancas y teníamos permiso”, comentó Valriy Tymchuk, un comerciante, quien condujo un minibús del convoy.
Sin embargo, los vehículos blindados donde se transportaban los rusos giraron sus torretas hacia ellos, según los relatos de los pobladores. Un proyectil atacó el primer auto. Luego otro. Luego otro.
El convoy se convirtió en una bola de fuego.
Tymchuk mencionó que vio a una familia de cuatro personas, incluido un niño pequeño, atrapada en su auto y envuelta en llamas. Muchos de los autos chamuscados siguen a media calle. Los huesos carbonizados de ese niño siguen en el asiento trasero, según Tymchuk. Los que parecían pedazos de huesos quedaron desperdigados entre el metal ennegrecido y un montón de cenizas.
Al lado de los autos hay dos perros muertos, con el pelaje chamuscado.
Tymchuk apenas escapó después de que su minibús recibió un impacto y la metralla le cortó el rostro.
Negó con la cabeza cuando se le preguntó por qué pensaba que los rusos habían hecho eso.
“Son zombis”, respondió.
Hanitska, de 43 años quien había sido directora de escuela, mencionó que observó desde las ventanas del edificio de tres pisos para personas con necesidades especiales cuando llegaron a raudales los camiones rusos. Contó 500.
Luego, los rusos, preocupados por los francotiradores, comenzaron a bombardear edificios de apartamentos que estaban alineados a lo largo de las calles y decenas de residentes murieron bajo una cascada de escombros, según funcionarios de los servicios de emergencias.
Las ondas del impacto sacudieron el hogar para gente con necesidades especiales, construido en la década de 1970, a fin de mantener a adultos con trastornos neurológicos y psicológicos. Hanitska comentó que algunos de sus pacientes se pusieron agresivos y tres incluso escaparon y no han sido encontrados. Otros estaban aterrorizados y se acurrucaron debajo de sus camas y en sus armarios.
“Fue más de diez veces más aterrador”, opinó Ihor Nikolaenko, un paciente.
El 5 de marzo, la situación empeoró.
Ese día, aparecieron los chechenos. Los soldados chechenos son especialmente temidos, pues se cree que son más despiadados que otros rusos, como consecuencia de años de su propia guerra separatista en contra del gobierno central de Rusia.
El contingente checheno se retiró de manera misteriosa el mismo día que llegó, pero otros rusos ocuparon su lugar. No permitieron que nadie saliera del edificio, ni siquiera para salir a buscar comida, y rodearon el edificio de artillería, morteros y armas de alto calibre, pues sabían que los ucranianos estarían reacios a atacarlos.
“Nos convertimos en escudos humanos”, mencionó Taisia Tyschkevych, la contadora del hogar.
Los rusos les quitaron a todos sus teléfonos. O a casi todos.
Hanitska comentó que escondió el suyo y lo usó para comunicarse en secreto. Según Hanitska, se asomaba por la ventana del puesto de las enfermeras y divisaba los vehículos rusos para luego enviarles los detalles a las fuerzas ucranianas por mensajes de texto. “Estaban atacando a los rusos”, dijo. “Si no hubiéramos hecho esto, la lucha habría ocurrido en Kiev”.
El 13 de marzo, Hanitska observó desde la misma ventana y por primera vez en semanas vio algo que le alegró el corazón: un convoy de autobuses amarillos. Salió disparada por la verja.
“Había dos opciones: me disparaban o salvaba gente”, señaló.
Unos trabajadores humanitarios habían organizado un rescate y los rusos por fin permitieron que los pacientes se fueran. Los llevaron en autobuses a otras instalaciones en zonas menos disputadas.
Hanitska es seca, pero humilde y tiene un sentido del humor mordaz.
Ante la pregunta de cuánto tiempo llevaba trabajando en el hogar, se rio.
“Dos meses”, respondió. “Supongo que se podría decir que tengo suerte”.