En esta conflagración tienen participación no solo las exrepúblicas soviéticas, sino también —en principio— EE. UU. y la Unión Europea, lo que hace que las repercusiones, si es que llegan a involucrarse en una posible guerra, sean para todos.
Guatemala no sería la excepción. Analistas, incluso, ven posibles efectos políticos en la región si las hostilidades se incrementan puesto que esto acapararía la atención de EE. UU. que descuidaría sus políticas hacia América Latina, continente inmerso en medio de regímenes considerados autoritarios y donde abundan los señalamientos de corrupción.
El Ministerio de Relaciones Exteriores emitió el martes 22 de febrero un comunicado en el que insta a las naciones involucradas a buscar una salida pacífica del conflicto; sin embargo, a la vez llamó a consulta a su embajador en Moscú y condenó “enérgicamente” el reconocimiento de Rusia a “las llamadas repúblicas separatistas de Ucrania”.
Guatemala pudo haber mostrado una posición más neutral, afirma Roberto Wagner, internacionalista y catedrático universitario. EE. UU. es su principal socio comercial y el país de mayor influencia en la región, pero a través de la historia ha mantenido relaciones diplomáticas cordiales con Rusia, mientras que reconoce plenamente al estado de Ucrania, dijo.
La decisión implica ponerse del lado de EE. UU., a pesar de que Guatemala no ha recibido bien los mensajes que la administración de Joe Biden le ha enviado por más de un año, relacionados a la lucha contra la corrupción, elección de cortes y el actuar de la jefa del Ministerio Público (MP), Consuelo Porras.
Los analistas no descartan que Guatemala pueda utilizar ese respaldo a la posición de EE. UU. en el tema de Ucrania como una moneda de cambio para que la Casa Blanca deje de ejercer tanta presión en asuntos que considera internos, como los distintos procesos de elección de autoridades que se tienen que hacer este año.
Esta sería la segunda ocasión en menos de un mes que el país adopta una decisión en favor de los intereses estadounidenses. La primera fue el 1 de febrero cuando el Congreso aprobó, a pedido del Ejecutivo, el aumento de penas hasta de 30 años de prisión en contra de los traficantes de personas.
De esa cuenta no se descarta que EE. UU. baje el nivel de la presión en el proceso de elección de fiscal general para que el presidente Alejandro Giammattei pueda elegir con más libertad al sucesor de Porras en el MP. Al mismo tiempo, el posicionamiento de Guatemala puede ser un mensaje de que existe una disposición de mantener relaciones de cooperación con aquel país.
“Guatemala dice, yo colaboro en la lucha contra el narcotráfico, el Ministerio de Gobernación va a seguir la agenda de seguridad de Washington, dígannos cómo podemos mejorar económicamente, pero no se metan en temas políticos”, apunta Wagner.
Incluso el Gobierno de Giammattei podría utilizar a su favor el discurso de la vicepresidenta Kamala Harris respecto a Ucrania cuando dijo en su vista a ese país, que la posición de EE. UU. es clara en cuanto “al respeto a la soberanía e integridad territorial de todos los estados”.
Buscan congraciarse
Williams Álvarez, internacionalista y docente de la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos, expuso que el llamado a consulta del embajador de Guatemala en Rusia, en el ámbito diplomático constituye en una demostración de protesta o desacuerdo con alguna acción adoptada por el país receptor.
El experto tampoco descarta que Guatemala busque de alguna forma congraciarse con EE. UU. con el fin de que este país “no actúe como lo ha venido haciendo”. Y, aunque no es seguro que Washington hará como lo que espera el Gobierno de Giammattei, el gesto, “es algo que al menos tendrá que agradecer”.
El analista en relaciones internacionales Alexander Sandoval dijo que si Guatemala se considera un país en favor de la paz debió mantener una postura neutral, pero tampoco descarta que dicha acción sea parte de “un juego político” en donde pueda haber una negociación en la que el país diga “yo te apoyo y tú me apoyas con esto…”, lo cual podría traducirse en la elección de un fiscal general afín a Giammattei e incluso la reelección de Porras.
Sandoval precisó que en el juego podría intervenir un país como Israel que trataría de incidir para qué EE. UU. “no le diga nada más a nuestro gobierno o baje sus presiones”.
El coronel Jorge Ortega, docente de la Escuela Superior de Relaciones Internacionales de la Universidad Galileo, comentó que a Guatemala le correspondería hacer esfuerzos diplomáticos para alcanzar acuerdos entre los países involucrados, pero cualquier acción que adopte tendría más fuerza si se hiciera como bloque centroamericano.
Además, ve el llamado a consulta que hizo el Gobierno de Guatemala a su embajador en Moscú como un mecanismo que pretende hacer recapacitar a Rusia para evitar llegar a las armas.
Cambios
Analistas creen que, de desatarse un conflicto a gran escala podría provocar la desatención de EE. UU. en la región lo que traería como consecuencia el afianzamiento de regímenes considerados represivos, autoritarios o antidemocráticos, como el de Daniel Ortega en Nicaragua, Nicolás Maduro en Venezuela e incluso, Nayib Bukele en El Salvador.
“Cuando el gato está durmiendo los ratones hacen fiesta”, apuntó Wagner. El analista recordó que cuando EE. UU. centró todos sus esfuerzos en la guerra contra el terrorismo que emprendió luego de los ataques a las Torres Gemelas en septiembre del 2001, Latinoamérica vio nacer al llamado socialismo del siglo 21 con gobiernos como el Hugo Chávez, en Venezuela, o Néstor Kirchner, en Argentina.
“Gobiernos más autoritarios o que son considerados corruptos van a hacer más de las suyas, sin que tengan la presión y el escrutinio de EE. UU.”, subrayó.
Escenarios
Los analistas confían en que las hostilidades puedan resolverse todavía por la vía diplomática. Andrade, incluso, cree que EE. UU. no se va a inmiscuir militarmente en el conflicto y que no pasará de imponer sanciones a Rusia.
Otros creen que con el envío de tropas rusas a las áreas en disputa cualquier chispa puede encender la mecha del conflicto. Wagner también duda de que Biden esté dispuesto a enviar soldados a Ucrania toda vez que una medida de ese tipo puede jugar políticamente en su contra por las inevitables implicaciones económicas que representaría.
Biden tiene a la vuelta de la esquina las elecciones de medio término en noviembre próximo que encarará con un declive muy pronunciado de su aceptación; además, podría estar pensando ya en su reelección en 2024.
Álvarez ve tres escenarios. El primero y menos probable, el de una guerra total que traería consecuencias inimaginables y que nadie quiere. Un segundo en el que ocurra una invasión rusa, en tal caso, occidente se limitaría a dar ayuda a Ucrania evitando intervenir directamente.
El tercero, que Rusia se quede conforme con haber reconocido a las autoproclamadas repúblicas de Donetsk y Lugansk donde ejerce un dominio de hecho, aunque no de derecho, pero que no concrete una invasión a Ucrania.
Aunque a nadie le parezca ni esté de acuerdo, en este caso, el conflicto puede quedarse en un impase, similar a lo ocurrido con la península de Crimea en 2014, en donde, pese a las inconformidades por la invasión rusa nunca se llegó a un conflicto a gran escala.