RINCÓN DE PETUL
La carrera del diplomático
Para nadie es secreto que la institución de la cancillería guatemalteca corre serios problemas para mantener la integridad profesional necesaria, a fin de lograr los objetivos que le manda el marco legal. Ya de por sí, definir esos objetivos significa un gran reto, pues en las relaciones internacionales confluyen intereses de la más variada índole, muchos de los cuales, incluso se contraponen entre sí. Pero si a esto se agrega el recurrente vicio del uso de la cartera del exterior para el pago de favores políticos, terminamos viendo el resultado que nos es evidente: una institución demolida y carente de espíritu genuino, totalmente incompetente para cumplir los más básicos deberes del Estado para con su población. Una que se ha llenado en años recientes de personajes que provocan bochorno y pena internacional, por carecer ellos de la más mínima preparación, cosa que es muy necesaria en esta alta y noble ocupación de la diplomacia.
' Los cambios recientes en Cancillería se ven como una puntada certera de círculos de influencia.
Pedro Pablo Solares
Los repetidos nombramientos de personajes inaptos en la Cancillería, han causado repudio y vergüenza sobre la institución. Como respuesta, los gobiernos –de vez en cuando- intentan limpiar cara, y se jactan al nombrar a “diplomáticos de carrera” para ciertos puestos notorios. Esto, sin embargo, no merece tan automática aceptación, pues, aunque puede implicar ciertos matices positivos, de fondo, creo que pretender acreditar idoneidad con el solo hecho de ser diplomático de carrera, deja importantes agujeros. El primero deviene de la aún vigente y anacrónica Ley del Servicio Diplomático (1963), que es la que regula dicha carrera, y que es deficiente en premiar el mérito para ingresar a ella, y, en especial, para ascender dentro de ella. A diferencia de otros escalafones (como el militar, o las carreras diplomáticas de otros países), en esta guatemalteca, se asciende con el solo paso del tiempo, y no por méritos que vaya alcanzando el profesional.
El segundo agujero deviene de la amplísima gama de asuntos que se tratan en el ministerio del exterior. Esta provoca que se vayan creando especializaciones, y que sea improbable que un diplomático con experiencia en un campo, la tenga también para otro. Esto se hace evidente al revisar que el ministerio tiene a su cargo formular y ejecutar las políticas exteriores dirigidas por el Presidente, pero que van –entre otros- desde el acercamiento comercial en los mercados de interés, el posicionamiento político dentro de los órganos internacionales, la relación bilateral y multilateral dentro de los ámbitos de nuestro interés histórico y coyuntural, y la tan imprescindible labor de atención al ciudadano en el exterior. En especial, en los países donde ha crecido el dramático fenómeno migratorio nacional, que ya implica la necesidad de una vocación y de un vasto conocimiento que no todos los funcionarios de carrera se pueden acreditar tener.
Los cambios recientes en Cancillería provocan inquietud, y se ven como una puntada certera de círculos que influyen en las decisiones presidenciales. Para eliminar ruido, han nombrado a funcionarios que presumen título en la citada carrera. Pero poco nos dice el tener a diplomáticos de carrera, si no se aborda cuál es la carrera que han tenido dichos diplomáticos. En el caso del canciller Búcaro, su abierta cercanía a la causa EE.UU. – israelí tiene un significado inocultable. Su paso por México no implica –en sí mismo- interés en protección migratoria. Son preguntas que considero importantes. Y en el caso del nuevo viceministro Castillo, es indudable su amplísima experiencia. Pero vemos que ninguno de sus cargos tuvo relación con los temas que ahora dirigirá, el migratorio y consular. Temo que puede significar inestabilidad en un puesto que no da tregua para el aprendizaje. Como todo, no es solo el tener una carrera lo que importa. Es ver, realmente, cuál es la carrera llevada a cabo.