CATALEJO
Donde pasa Joviel termina la educación
No es exagerada la afirmación del título de este artículo. Desde hace 20 años, cuando se apoderó de la dirigencia del Sindicato de Trabajadores de la Educación —véase la no tan sutil diferencia con el término maestros—, Joviel Acevedo ha sido aliado de los gobiernos y su tarea se ha circunscrito a lograr aumentos salariales gracias a amenazas casi equivalentes a chantajes y a manifestaciones por las calles citadinas, cuyo efecto principal es reducir más el tiempo de clases. A esto se agrega una absurda medida del Ministerio de Educación: por decreto, declarar ganadores a los alumnos de primaria y los estudiantes de secundaria. El resultado no sorprende: incapacidad para obtener empleo de sueldos no mínimos, aumento de la economía informal y diáspora hacia el Norte.
' Los efectos del mal magisterio redundan en la imposibilidad de los guatemaltecos de tener las cualidades necesarias para obtener empleos.
Mario Antonio Sandoval
El peor resultado es la reducción de la calidad humana de los ciudadanos, entendida esta como la capacidad de aceptar los terribles efectos del populismo. La situación es más grave porque a causa de la desnutrición, se reduce la capacidad intelectual derivada de una educación como debe ser. Esto sucede también como resultado de la mala calidad del trabajo de los maestros, por una educación propia deficiente. Todo se complementa en este círculo vicioso de la educación en manos de la politiquería. La dirigencia magisterial, como todas las del país, no puede o no desea evitar su hundimiento en el fango de la corrupción, flagelo causante también de manera indirecta de la diáspora guatemalteca, verdadero nombre de la emigración forzada.
Otros efectos del controversial y contraproducente “jovielismo” educativo son el desprestigio al gremio sindical, el cual no necesariamente es malo, pero se convierte en negativo cuando sus decisiones sin duda alguna están a la venta o se toman según beneficie a la dirigencia o constituya un chaqueterismo puro, como la forma escondida de la negociación del nuevo pacto colectivo. Este aumenta el salario magisterial, en teoría correcto, pero no hay una sola mención a mediciones acerca de la calidad de la tarea realizada, a lo cual se suma haberlo logrado luego de casi dos años de ausencia de clases por la pandemia, cuyo combate —además— es fuente de justificada crítica popular al Gobierno y a Acevedo, por su silencio.
Un país con el 50% de niños desnutridos y un fracaso educativo solo superado por Venezuela exige un magisterio con una mayoría de maestros que asuman su labor de apostolado. Existen. Dan clases en aulas en condiciones precarias, a veces sin pizarrón siquiera, a niños sentados en el suelo o en blocks de cemento y escribiendo con todo entusiasmo, a pesar de todo. Futuro incierto para educadores y estudiantes, pues la lucha que debería haberse orientado a mejorar la educación y las condiciones de los docentes se quedó trabada en la ambición de un dirigente cuyo olfato político y pragmatismo a ultranza desfiguró su lucha y convirtió a uno de los gremios más fuertes del Estado en una pieza del complejo e indefendible ajedrez político criollo.
La historia de la era democrática nacional juzgará muy duro algún día el papel de Acevedo. La instrumentalización de la lucha gremial y los discretos logros alcanzados en materia educativa no son percepciones antojadizas. Ya se midieron repetidas veces en el pasado reciente y sus resultados son vergonzosos, pues los escolares entienden cada vez menos lo que leen y están distantes de un nivel modesto de comprensión numérica. Si como algunos señalan, el jovielismo es herencia de la democracia electoral, será necesario preguntarse cuándo se perdió el rumbo y la lucha se convirtió en un flagelo politiquero con los alumnos y el país de rehenes, y se redujeron las esperanzas por una mejor nación a causa de ofrendas a un execrable populismo difícil de imaginar.