EDITORIAL
Medio gobierno de Alejandro Giammattei
De manera recurrente, en cada gobierno figuran funcionarios y autoridades que se manifiestan ofendidos y hasta se ofuscan cuando al efectuarse una evaluación crítica de resultados de su gestión afloran rezagos, incumplimientos, desbalances, gastos injustificados y metas incumplidas. Asimismo, suele ocurrir que al presentar logros, avances y aciertos haya grupos que califiquen tal divulgación como entreguismo o afán de congraciarse con el régimen de turno. Cabe señalar estos dos extremos en el primer día de publicación de la serie de reportajes de evaluación de desempeño de los ministerios del mandato de Alejandro Giammattei Falla, que a partir del 14 de enero entra en su tercer año de ejercicio.
Tal revisión periodística no entraña animadversión alguna ni afán de ataque, pero sí tiene la finalidad de brindar a los guatemaltecos una compilación de datos, cifras y criterios fundamentados sobre el manejo gubernamental. En cada una de las piezas se consultó a las autoridades ministeriales para tener su punto de vista, justificaciones o explicaciones de resultados. El material se trabajó con suficiente tiempo de antelación para poder ser publicado de forma seriada, con el fin de que cada cartera tenga un espacio similar.
En ciertos espacios de divulgación oficial se utiliza una frase referente a que las buenas noticias también se cuentan, pero en realidad los gobiernos, y en especial los políticos, deberían aprender que es al revés: los malos resultados también se deben divulgar y reconocer, primero como ejercicio de honradez intelectual, y segundo porque antes de llegar al gobierno, los otrora opositores hacían fila para criticar e interpelar, pero una vez en el poder, las infaltables roscas los vuelven adictos a la adulación.
También existen instituciones de investigación y análisis que mantienen una constante actividad de monitoreo y evaluación técnica. Se contó con el apoyo de algunas de ellas para la interpretación y contraste valorativo. Por supuesto, el ciudadano, que paga impuestos, que se esfuerza a diario por llevar el sustento a su familia y padece deficiencias en infraestructura vial, seguridad pública, atención escolar, servicios hospitalarios y lastres burocráticos en diversos órdenes; quien tendrá vivencias concretas que complementen, agraven o atenúen el panorama macro, podrá constatar que es en lo micro, en la cotidianidad, donde los gobiernos más se niegan a enfrentar la alta o baja concreción de sus promesas de mitin.
A propósito de ello, el tercer año de cada período marca el arranque del llamado año preelectoral, en el cual los partidos que hacen gobierno demandan más réditos, proclaman más logros, ocultan o excusan los fracasos y comienzan a promocionar de forma subrepticia a determinados delfines para un espejismo de reelección, alimentado por lisonjas y megalomanías desbocadas que más temprano que tarde terminan en cismas, infidencias, histriónicos líos internos y divorcios políticos con tintes circenses.
A su vez, los grupos de oposición también quieren volver a venderse en el mercado propagandístico, como cada cuatro años. De hecho ya empezaron a saltar viejas y nuevas aspiraciones, logos, siglas y caparazones partidarias. Es en este maremágnum de ambiciones cruzadas y velados planes de campaña que arranca otra vez un tercer año de gobierno. La gestión sigue marcada por la pandemia, pero esta no debería usarse como exculpación, pues por un lado trajo barreras y gastos extra, y por otro generó oportunidades que no siempre se han aprovechado.