EDITORIAL
Si se pueden prevenir, no son tan accidentales
La palabra accidente proviene del latín accidens, cuyo significado se refiere a un suceso eventual que altera el orden regular de las cosas. Con frecuencia se asocia a los sucesos viales, como colisiones entre vehículos o contra objetos estacionarios, derrapes, embarrancamientos, volcaduras, atropellamiento de peatones, ciclistas o motociclistas, tan solo por mencionar algunas incidencias que ocurren a diario, con lo cual de alguna manera dejan de ser eventuales y pasan a convertirse en una desafortunada rutina, que en algunos casos se debe a situaciones fortuitas pero en la mayoría tiene claras causales prevenibles.
Esto significa que existen “accidentes” que en realidad son la consecuencia clara y directa de conductas ligadas con alguna irresponsabilidad, tales como la conducción de automotores bajo efectos de licor o estupefacientes, el exceso de velocidad de quienes utilizan las vías públicas como si fueran pistas privadas de carreras —bajo cualquier pretexto que no exculpa—, las temeridades de pilotos que sobrecargan los vehículos más allá de la capacidad legalmente estipulada y, peor aún, el uso de automotores como un arma ofensiva en contra de quien se atraviese ante los caprichos de una emoción desbordada, sea esta euforia, ansiedad o enojo.
Durante los festejos de Navidad se reportaron más de 50 percances viales en el área metropolitana, algunos de los cuales no pueden considerarse más que tragedias, como el caso de una niña fallecida en el choque de una motocicleta contra un camión cisterna que se incorporó de forma apresurada a una vía del Anillo Periférico. En efecto, los motociclistas suelen ser protagonistas frecuentes de hechos lamentables, afirmación que no busca culpabilizarlos ni estigmatizarlos, pero sí resaltar su vulnerabilidad vial: en este año se reportan 4 mil 444 percances de motos en el país (hubo 3,475 en 2020), que han dejado 883 fallecidos (en 2020 fueron 576).
Desde una óptica de datos más global, el Departamento de Tránsito de la Policía Nacional Civil registraba hasta finales de noviembre 5 mil 850 “accidentes” de tránsito en el país, con un total de mil 555 muertos y 6 mil 44 heridos. En este último aspecto cabe resaltar que el término “heridos” abarca desde golpes leves hasta lesiones de graves secuelas, que a veces implican amputaciones, severas discapacidades y largos procesos de rehabilitación, con el correspondiente impacto económico y social para las familias que pierden a uno o ambos padres en estos siniestros.
Restan cuatro días del año, durante los cuales vienen los festejos de recibimiento del 2022, y, de continuar la tendencia, pueden ser iguales o más graves que el fin de semana previo. Son vitales los operativos de detección de pilotos alcoholizados y la aplicación correcta de los protocolos legales y preventivos que correspondan. Pero más poderosa aún puede ser la acción a nivel de familias y amistades para evitar que una persona en estado de ebriedad se siente frente a un volante, sobre todo si lleva pasajeros.
Se debe crear conciencia del riesgo criminal que conlleva un conductor ebrio, el abuso de velocidad en rutas urbanas o carreteras, llevar a tres o más personas en una moto, conducir sin haber descansado las horas suficientes o irrespetar señales de tránsito tan elementales como un semáforo en rojo. Esas irresponsabilidades son las que convierten a los vehículos en bombas de tiempo.