Sin embargo, estas estrategias de manipulación no son nuevas y con la llegada de gobiernos que se aprovechan del bombardeo de informaciones confusas o falsas hace ver con urgencia cómo el ejercicio de verificación es importante para crear sociedades democráticas e informadas.
Esto lo explica la argentina Laura Zommer, periodista y abogada que creó una de los primeros proyectos de verificación en América Latina, Chequeado, que actualmente está por elaborar documentos que ayuden a identificar las informaciones falsas en tiempo electoral en la región.
¿Cómo explicar que la desinformación no es algo nuevo que vino con la pandemia?
Yo siempre digo que no vamos a terminar con la desinformación porque la desinformación es un fenómeno que nos precede y que seguro nos va a trascender. No es algo nuevo como tal, no es que nunca existió. Previo a las redes sociales y a internet también había mentiras, gobiernos o grupos poderosos del sector privado que querían engañar a las sociedades con relatos o medias verdades. Lo nuevo es que hoy en día hacer campañas de desinformación resulta más barato y fácil gracias a las redes sociales y al modelo de negocio que existe. Los ciudadanos en el pasado no tenían un rol tan clave como ahora porque hoy en día o pueden ser arqueros de la desinformación y hacer un muro para que no se propague más o al revés, cada uno de los ciudadanos puede convertirse en multiplicador de la mentira o el engaño que alguien creó para ganar plata o poder.
¿Cuáles son los elementos básicos que debe tomar en cuenta una persona antes de compartir una información que puede ser falsa?
La primera recomendación es sacarse de la cabeza el “comparto por las dudas”. Eso cuando estamos frente a algo informativo factual es un muy mal consejo. Por las dudas, no compartas. Compartí emociones, sentimientos, opiniones, pero hechos no compartas salvo que te conste que esa fuente es fidedigna, autorizada que conoce la materia y que no tiene conflicto de interés para presentarte la información. ¿Qué nos hizo pensar que todos nos tenemos que volver informadores o publicadores de primicia en nuestros grupos de amigos? En parte esta generación de ansiedad del minuto a minuto es parte del modelo de negocio de las redes pero que no tiene que formar parte de lo que uno piense que es la construcción de un debate democrático plural. ¿Quién dijo que la velocidad o la rapidez hace parte de eso? La otra recomendación es que puede ser que nos pase, que cualquiera de nosotros termine compartiendo una foto falsa o un mensaje errado, pero lo que hay que hacer es corregir. Hay que cambiar la idea de que quien se corrige es un tonto, es posible que erremos de buena fe y lo que hay que hacer es corregirse de manera transparente. Con la velocidad con la que consumimos contenidos informativos es posible que nos pase así que es esperable que si te equivocás, te corregís. En eso, el otro consejo es que cuando se equivoca el otro, lo mejor es que le digas de uno a uno a la persona porqué está equivocada, con empatía y sin necesidad de ponerlo en evidencia para que esa misma persona se corrija, eso tiene muchísimos más efectos para el espacio en el que esa persona lo dijo.
Pero hacerlo con empatía y con evidencia de los hechos
Lo que yo digo es hacerlo con empatía y firmeza. No es cuestión de pareceres. Muchas veces en el ámbito de la desinformación parece que es tu palabra contra la mía. Pero no, eso es en el campo de las ideas y es verdad que en ese campo tu idea me puede parecer disparatada o la mía te puede parecer arrebatada y las dos son válidas. Pero en el mundo de los hechos, de si una medicina cura o no, o si se manipuló un recuento de votos, no hay dos posibilidades. O hay evidencia o no las hay.
Algo que también has dicho es que quien comparta desinformaciones no es alguien que necesariamente sea ignorante porque la construcción de estas notas está hecha de una forma en que todos podemos caer en algún momento.
La investigación académica que estudió como la desinformación afectó a grupos etéreos muestra que en general los contenidos desinformantes cuando son generados por determinados grupos, se piensan microtargeteados para ese grupo. Entonces a una persona más educada lo que le está jugando son los sesgos que opera una característica que dice que tendás a pensar que vos no te equivocas, que se equivocan los otros. No estás advertido que los sesgos también son tuyos. No importa cuán educado o no seas, mientras más tengas identificado tengas tus sesgas, mejor prevenido vas a estar para que no te funcione primero tu emoción y después tu cabeza sin contrastar la evidencia.
¿Crees que la desinformación ha sido ahora más evidente en tiempos de pandemia?
Lo que pasó con la pandemia es que todos los ciudadanos sin importar de qué partido eran o de qué país, todos estábamos impactados por este fenómeno porque de un día para otro las reglas del mundo cambiaron y de golpe no podías salir de tu casa o dar un abrazo. Primero había un universo posible mucho más impactado por la desinformación. Cuando se trata de temas electorales o de un incendio forestal, la desinformación impacta a esos países o regiones específicamente. Pero con la pandemia es global. La segunda característica es que cuando hablamos de desinformación prestamos atención en la viralidad y en el posible daño nocivo del contenido, en el caso de la pandemia el posible daño que los contenidos desinformantes pueden generar eran muy graves porque afectaba la salud y la vida de las personas. En Argentina fallecieron personas por consumir dióxido de cloro, que es una sustancia prohibida, porque la vieron en la tele o en las redes sociales como posible cura. Lo que hizo la pandemia fue mostrarnos muy brutalmente a todos que la desinformación no era solo una cuestión de intelectuales de las redes sociales, sino que es algo que está presente y que puede tener impactos que puede afectarle a cualquiera. En ese sentido la pandemia lo globalizó todo porque encontramos los mismos contenidos que se viralizaban en África o en Asia, aquí en América. A medida que el virus avanzaba, avanzaban las narrativas desinformantes, solo que se iban traduciendo en idiomas o cambiando el nombre de los funcionarios. Eso mismo pasa en otras áreas, en el caso de las elecciones hemos identificado diez tipos de desinformaciones que se repiten en todos los países de América Latina y que estoy segura de que si hiciéramos un estudio factual, muchas de esas también veríamos en el proceso electoral de Francia o Suecia por ejemplo.
¿Quién se beneficia de estas desinformaciones?
En eso no podemos generalizar. El análisis dice que la desinformación circula por grupos de personas que quieren ganar plata o poder. A veces e beneficia el creador de un sitio falso que como logra más visibilidad, monetiza eso y logra que las plataformas le paguen porque tuvo clics. Por suerte, eso en los últimos años se fue reduciendo porque varias plataformas tomaron acción y no permite monetizar sitios que se dedican a publicar basura, pero en Youtube, por ejemplo, sigue pasando. En otros casos es poder, un candidato que quiere desprestigiar a un competidor, el oficialismo que quiere desgasta la oposición o el lobby que hace un grupo de empresas. Depende el caso, el beneficiado es uno u otro pero lo podemos resumir en dinero o poder.
Entonces, ¿Cómo entender la importancia de esta verificación de contenidos?
Porque los ciudadanos en democracia necesitamos confiar en el otro, en lo público y la desinformación mina eso, mina nuestra confianza. Si todo el tiempo tengo que dudar de todo, mi vida es menos apacible, cuanto más herramientas generemos en los ciudadanos para identificar cuándo una foto o video esté manipulado, sobre todo hoy en día que tenemos el teléfono en la mano y consumimos contenidos todo el día, debiéramos tener la capacidad de identificarlo a través de una alfabetización mediática informacional básica.