MIRADOR
Nicaragua, El Salvador y Guatemala
Cada vez es más frecuente escuchar eso de “estamos como Nicaragua” o “vamos en camino de convertirnos en otra Nicaragua”, con el ánimo de presentar en Guatemala un sistema opresor que impone la dictadura orteguista en el país vecino. Sobre aquel dicho de “todas las comparaciones son odiosas”, podemos elaborar el discurso que queramos, y reflexionar para que incluso lo heterogéneo parezca igual, total el papel, las redes y los irracionales todo lo aguantan. Muchos de los que hablan de ese fenómeno de “nicaraguación”, y establecen tal paralelismo, suelen admirar a Bukele o aplauden —o lo hicieron, porque ahora es mucho pedir— a los camaradas sandinistas. ¡Qué anacronismo y cuánta inconsistencia argumentativa la que mantienen algunos, todavía anclados en fracasadas añoranzas de los setenta!
' No vamos a terminar siendo Nicaragua por lo que dicen que harán otros, sino porque ahí nos pretenden conducir ciertos grupos radicales.
Pedro Trujillo
En Nicaragua, un revolucionario —además de violador— como es Ortega y sus adláteres convencieron en su momento de que la revolución armada iba a solucionar los grandes problemas sociales y económicos del país. Con aquel discurso —aplaudido y sostenido por muchos allí, y por no menos por aquí— se perpetuaron en el gobierno del que ahora no quieren apearse, y tomaron control de todos los poderes del Estado, mientras persiguen a quienes los confrontan desde diferentes tribunas. ¡Se acabó la libertad y la democracia!
En El Salvador, el FMLN —antiguo partido de Bukele— y los partidos tradicionales —Arena, especialmente— no pudieron conducir el país por un rumbo de satisfacción social mínima, lo que aupó al poder a un populista que ha mostrado de lo que es capaz para permanecer en el poder, que es lo que todos persiguen. Se ha hecho igualmente con todos los poderes y maniobra como le viene en gana, hasta que consiga sus objetivos y, entonces, quizá inicien tardíamente protestas sociales, lo que no servirá para mucho, como en Nicaragua.
En Guatemala surgen bukelistas que pretenden conformar un partido como el que llevó a aquel al poder, pero también radicales de izquierda que aplauden —ahora más calladamente— la “resistencia” el “alzamiento” y la “lucha de clases”, movimientos con alto grado de incivilidad, cuando no de delincuencia organizada, y que nos conducirán, inevitablemente, a ser “otra Nicaragua”.
Eso de que la URNG —y sus acólitos que los hay— no hayan conseguido en 25 años de política más que dos o tres diputados por legislatura, no contenta a quienes siguen creyendo que aquella confrontación armada dividió al país en partes iguales, sin entender que fueron un puñado de personajes, cuyo nulo poder político y aceptación social se muestra en el tiempo que llevan haciendo política. Algo similar, y eso no lo soportan, a lo que hacen otros partidos del mismo espectro, que los conducen a arrimarse a postulados orteguistas o bukelistas para llamar la atención.
No vamos a terminar siendo Nicaragua por lo que dicen que harán otros, sino porque ahí nos pretenden conducir ciertos grupos extremistas. Es una caduca aspiración esa de tomar el poder revolucionario para mejoría del pueblo, aunque ya vemos cómo tratan a ese pueblo cuando fanáticos o populistas llegan al poder, y no es únicamente en esos dos países.
No, definitivamente no estamos como Nicaragua, ni nos parecemos siquiera, aunque algunos repitan el mantra. Aún puedo escribir esta columna, hablar frente a los micrófonos o decir abiertamente lo que pienso. La deuda pública es una tercera parte de la de El Salvador y no hay voluntad de reelección presidencia, entre otras cosas. Eso sí, estamos muy jodidos, pero no perdamos por eso la capacidad de pensar, razonar y ver la realidad como es, ni nos dé miedo decirlo.