EDITORIAL

Encuentro para salvar nuestro único hogar

La pandemia ha marcado un oscuro episodio para la humanidad, con duros cierres económicos, pérdida de empleos, aumento de gastos estatales, impactos logísticos y, por supuesto, la dolorosa pérdida de casi cinco millones de vidas. Si hipotéticamente hubiese existido la posibilidad de hacer una cumbre mundial para prepararse y enfrentar al covid-19, muchos países habrían participado con propuestas, pero seguramente también con objeciones e incluso dudas sobre la veracidad de la amenaza. Es obvio que no hubo tal oportunidad y se enfrentó el reto sanitario a prueba y error, con tristes aprendizajes. Y aún así hay conspiracionistas que ponen en duda lo ya demostrado, ya sea por algún rédito o simple ignorancia.

Existe, sin embargo, otra amenaza sobre la humanidad. No es nueva, pero cada año las personas ven a otra dirección como si no existiera, aunque es evidente su creciente fuerza y su devastador impacto: el cambio climático, causado por la acumulación de emisiones de carbono a la atmósfera, que en los últimos 150 años han superado los 10 mil anteriores.

A este factor se suman la pérdida acelerada y continua de bosques para dar paso a siembras o pastizales —que a menudo terminan en desiertos— y el inminente deshielo polar, que conlleva un paulatino aumento en el nivel del mar y pone en serio riesgo a pueblos y ciudades costeras. Para 2100 podría aumentar de uno a dos metros globalmente, lo cual puede sonar poco, pero por efecto de las mareas y los fenómenos atmosféricos será devastador para la vida en los actuales litorales del mundo, en donde viven miles de millones de personas. Los huracanes, tormentas tropicales, ciclones y tifones dejan muertos, heridos y cuantiosas pérdidas económicas.

El cine se ha encargado de crear imágenes espectaculares en películas sobre desastres, que sin embargo, por ser ficciones digitales, no logran transmitir un mensaje de precaución, sino por el contrario, parecen alimentar la falsa sensación de que todo sigue normal en el planeta, “la casa común”, como la llama el papa Francisco. Nuestro único hogar.

La Cumbre Climática COP26, que comienza mañana en Glasgow, Escocia, busca trazar acuerdos globales para reducir las emisiones contaminantes, un objetivo que no es nada fácil porque implica impactos en la productividad industrial, transformación de la matriz energética de todos los países, sobre todo las superpotencias, que son las mayores emisoras, pero especialmente porque requiere de compromisos que vayan más allá de la firma de convenios. En 1997 se firmó el protocolo de Kyoto, el primer gran acuerdo de este tipo y a la fecha muchos de sus puntos no se han cumplido. La diferencia es que ahora el clima ha pasado facturas cada vez más altas, ya sea en forma de lluvias desproporcionadas o de prolongadas sequías, con los correspondientes efectos agravantes de la pobreza, acceso al agua apta para consumo, salud y desarrollo humano.

Por Guatemala participará una delegación oficial que presentará algunos esfuerzos para la conservación de bosques y cuidado del medioambiente. Incluso se propondrá al país, específicamente el territorio de Petén, como sede para la COP27 o 28. Más allá de un ardid publicitario, el Estado de Guatemala debería emprender una política seria de cuidado de zonas forestales, desde aquellas amenazadas por invasiones como las destruidas junto con montañas en busca de yacimientos de minerales, cuyo precio internacional jamás compensará el valor de una irrecuperable selva virgen.

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