Revista D

La misteriosa tierra de Samayac

Dicen que en ese pueblo de Suchitepéquez habitan los más poderosos hechiceros del país.

Una mujer fuma puros como medio de comunicación con el más allá (Foto Prensa Libre: Álvaro Interiano).

Una mujer fuma puros como medio de comunicación con el más allá (Foto Prensa Libre: Álvaro Interiano).

El guía espiritual se encuentra entre la montaña, al pie de una enorme cueva. Quema pom y candelas de colores. Ahí, con él, hay un señor de unos 60 años que grita: “¡Oh, poderoso San Simón! Yo, humilde criatura, vengo ante vos para que tu espíritu me ayude. Te ofrezco tu puro, tu tortilla, tu guarito y tus candelitas si me sacas de cualquier peligro. Si me demandan por dinero que debo, te pido que domines al juez y lo pongas de mi lado; te pido también que la deuda quede en el olvido”.

Todo se ve ceremonioso, tal como lo hacen otras dos mujeres, por ahí cerca. Una de ellas, con un puro en la boca, levanta una plegaria en un idioma maya que mezcla con unas cuantas palabras en castellano y un errado latín. A cada 10 segundos, lanza un escupitajo.

En el piso, dentro de un círculo, hay una decena de puros quemándose.

Al tiempo, alguien más llega y, tras una serie de rituales con fuego e incienso, empieza a rezar:Monchito, mi querido Monchito, hazme el favor para que Adelita venga a mí”. A la vez, sostiene una fotografía, la cual acerca a su pecho constantemente.

Esto sucede en el municipio de Samayac, Suchitepéquez, la llamada “tierra de brujos”. “Aquí, a cada tres casas, hay por lo menos uno”, dice Boris Castro, un vecino de la localidad.

El pueblo es pequeño y luce como cualquier otro del país. De hecho, ni siquiera hay rótulos que anuncien los centros espiritistas, a excepción de unos cuantos. “Lo que pasa es que todos hacen sus trabajos dentro de sus casas”, refiere Castro.

“En el área es palpable el sincretismo religioso, pues se mezcla el catolicismo, el espiritismo trincadista y kardeciano y creencias prehispánicas”, refiere el estudio Los brujos de Samayac, del historiador Alfonso Porres.

Cerca del parque central hay una casa común y corriente cuyo patio está esparcido con cenizas y residuos de tabaco; las paredes y techo están ennegrecidos por el humo. Al fondo está la imagen de un Maximón de piel negra con vestimenta indígena que presencia los rituales de sus fieles.

A su lado están unas figuras más pequeñas: otro Maximón y Diego Duende —este con un enorme sombrero charro al que se le considera intermediario del amor—.

En ese patio, unos cinco hombres que dicen ser sacerdotes mayas o guías espirituales, fuman enormes puros de tabaco. “Así es como hacemos pronósticos”, comenta uno de ellos. “De esta forma podemos ver más allá”.

“Se hacen trabajos para sanaciones, suertes y protecciones”, indica la investigación de Porres, la cual, además, asevera que en el área también se cree en los zajorines —brujos del mal—, quienes hacen “entierros, conjuros u ojerizas”.

“Los que estamos aquí somos hijos del Ajaw, no de Xibalbá —el inframundo maya—”, aclara Francisco Rodríguez. “El cristianismo se ha encargado de crear un mal concepto de lo que nosotros hacemos; dicen que esto es brujería, pero yo de eso no conozco nada”, explica.

De hecho, en Samayac, los términos no están claros entre los pobladores. Unos dicen que los sacerdotes mayas, guías espirituales, espiritistas y brujos son distintos. En una categoría adicional colocan a los charlatanes. Otros afirmas que son lo mismo. No hay consenso ni siquiera entre los antropólogos e historiadores.

Lo cierto es que estas personas tienen mucha aceptación. Tanto así que, incluso en el siglo XX, la gente llevaba la receta del médico con los guías espirituales para que estos les dijeran si estaban bien.

Hay quienes acentúan más la leyenda en torno a la brujería de Samayac, pues afirman tener el poder para hacer trabajos negros, negros ocultos y negros infernales; emplean la güija y pactan con el diablo, la gallina negra y con Cipriano —otro personaje del bien y el mal—.

“Así como se puede hacer el bien se puede hacer el mal”, acepta Rodríguez. “Sí, se puede hacer daño, pero yo no mucho lo hago”, refiere Arturo Monroy, conocido como Tula, quien reside en la aldea Chocolá, San Pedro Jocopilas, Suchitepéquez.

Al pie de la cruz

En el cementerio de Samayac hay una gruesa cruz donde todos los días se acercan los sacerdotes mayas para efectuar distintos rituales.

Doña Sara es una de ellas; asegura dedicarse al oficio desde que era niña. Con ella está una joven que viste güipil y corte, con quien hace un rito de fertilización. Al pie de la cruz hay una fogata, por la cual la muchacha debe pasar una decena de veces y soportar la temperatura del fuego. Se hacen oraciones inentendibles.

Poco después, Sara destapa un octavo de guaro, se llena la boca y llama a la muchacha. A los segundos, le escupe en el vientre, espalda y rostro.

Lo negro

Un hombre que pide ser llamado hermano Martín dice que a él recurren para “enfrascar” a una persona. Por medio de este hechizo, el cliente busca que otro sufra un daño que puede ser desde un vicio hasta la muerte. También puede hacer que una persona “caiga rendida a sus pies”.

Para esto, refiere, debe llevarse la fotografía o una prenda íntima de su enamorada o enamorado. Para Tula esto no es necesario. “Con que sepa el nombre completo es suficiente”, indica.

El hermano Martín comenta que hay varias oraciones secretas. Una de ellas es la que se hace a la piedra de ara, que es una piedrecilla blanca o negra a la cual, al principio, se le dice: “¡Oh, piedra divina consagrada, que tienes poder para destruir a mis enemigos y favorecer a mis amigos y a quienes yo desee!”

Dicen que quien la tenga, saldrá vencedor en todos sus negocios, lo mismo que en el amor. “No hay hombre ni mujer que resista el roce de la divina piedra”, dice el hermano Martín.

Para el amor, otros emplean un muñeco de cera negra y una plegaria a satanás, quien también logra que sus seguidores ganen la lotería.

Otro embrujo es la oración que se le hace a los murciélagos. Con esta, una joven soltera o viuda puede implorar para contraer matrimonio con determinada persona, para lo cual debe atrapar un murciélago al filo de la medianoche, sin hacerle daño y decir: “Murcielaguito, te conmino para que me desempeñes lo que te voy a pedir, lo cual te ha ordenado el príncipe de las tinieblas y para lo cual te ha dado poder”.

Se toma una aguja enhebrada con hilo negro, se simula coserle los ojos en cruz y se prosigue: “Te conjuro con el poder de satanás para que dirijas el pensamiento de —se dice el nombre de la persona— hacia mí”. Después de esto continúa un complejo ritual.

Revela, además, el “hechizo del sapo con los ojos cosidos”. “Sapo, sapito, te paso por debajo de mi vientre; haz que —se dice el nombre de la persona— no tenga sosiego ni descanso mientras no venga a mí de todo corazón y con todo su cuerpo, alma y vida”. Esto, comenta, se hace con un sapo real, agujas e hilo verde.

“Hay que tener cuidado, porque con estos trabajos se juega con lo oculto, con lo infernal”, refiere el hermano Martín.

Esqueletos y wines

En un pequeño cuarto, Tula vive con la imagen de un Maximón que tiene el tamaño de un adulto promedio. También tiene la figurilla del llamado rey San Pascual, el cual, muchas veces se confunde con San Pascual Bailón, un santo católico nacido en Aragón, España, en 1540, fallecido en 1592 y canonizado en 1690.

El rey San Pascual está representado por un esqueleto que lleva corona, capa y guadaña, a quien se le atribuyen milagros para curar enfermedades. “Las ceremonias con él solo funcionan si se tiene fe; si no, por gusto hacer tantas cosas”, refiere.

Así como esta imagen, otras están bastante extendidas en diferentes puntos del país. En Santo Tomás Chichicastenango, Quiché, se adora a Pascual Abaj, una cabeza de piedra toscamente labrada que representa al “santo mundo”. El sitio de cultos es un cerro cercano al pueblo.

En San Andrés Itzapa, Chimaltenango, se rinde culto a Maximón y en Zunil, Quetzaltenango, hay varios centros de brujería, aunque ellos dicen ser sacerdotes mayas. Durante décadas se ha mencionado a los brujos de Boca del Monte, Villa Canales.

En Santa Eulalia, Huehuetenango, se celebran los ritos de Jolom Konob. Su nombre significa “cabeza de pueblo”. Es un sitio muy conocido por los habitantes del lugar y poco para el resto del país. En Olintepeque, Quetzaltenango, también se adora al rey San Pascual.

Una de las creencias más extendidas en Samayac es sobre la existencia de los wines, también conocidos como characoteles. Estos, según el pensamiento popular, son personas que tienen la capacidad de convertirse en animales como perros, gatos, pumas, aves, cabras o culebras.

Ahí, hace unos tres meses, los pobladores afirman haber dado caza a uno de ellos. “Era un enorme ave que, de ala a ala, medía unos tres metros”, dice Castro. “Le acertaron un balazo y cayó en el campo. La gente lo roció con gasolina y le prendió fuego, pero el animal no se quemaba. Lo envolvieron en un costal, le echaron más gasolina y no pasaba nada. Lo enterraron a la orilla de un río y, al día siguiente, cuando lo quisieron ir a sacar, ya no estaba”, refiere.

En Santa Lucía Utatlán, Sololá, dicen que si un niño nace con un velo que le cubre la cabeza hasta el cuello, puede ser un win. Si la comadrona le quita el velo hacia atrás y lo quema junto a la placenta, elimina tal “abominación”; sin embargo, si lo quita hacia delante, el recién nacido, de grande, desarrollará ese poder y causará pánico a sus enemigos. En esa población dicen que hace sus travesuras en el umbral de la noche, y a eso de las 11 o 12 de la noche regresa a su casa para llevar una vida normal. Para transformarse va al patio de su casa y da una “vuelta de gato”.

En Chiquimula, en cambio, comentan que si una persona quiere serlo, va al cementerio una noche, desentierra un cadáver y muerde uno por uno todos los huesos, hasta escuchar una voz que le indique cuál es el hueso con el que debe trabajar.

¿Cierto?

“Cada quien es libre de creer en lo que quiera, siempre y cuando respete a los demás”, dice Rodríguez.

Tula refiere: “Hay que encomendarse a Dios por sobre todas las cosas”.

El consejos que ambos dan es de ir con cuidado con los charlatanes. “No se lucra con la espiritualidad”, dice Tula.

ENTREVISTA

“Hay mucha estafa”

Le dicen Tula. Su nombre de pila es Arturo Monroy. Durante 25 años ha sido guía espiritual en la aldea Chocolá, San Pablo Jocopilas, Suchitepéquez. “En esto, es posible hacer el bien y el mal”, comenta.

¿Por qué Samayac y sus alrededores son conocidas como tierras de brujos?

Porque abundan. Aquí se encuentra uno a cada paso, pero lo hacen por negocio y ya no son como los de antes. Yo tuve la dicha de conocer a dos verdaderos brujos y eran de por acá. Ellos me orientaron.

¿Usted se considera un sacerdote maya?

No, porque nadie puede llegar al nivel de nuestros ancestros. Soy un guía espiritual y mi función es orientar, dar consejos y hablar sobre la verdadera espiritualidad.

Por qué en esta habitación hay figuras de Maximón y de el rey San Pascual —representado por un esqueleto con corona—, y a la vez imágenes cristianas?

Todo lo que está en mi mesa ha sido donado. Sé que las iglesias católicas y evangélicas no aceptan esto, pero todos tenemos derecho a ejercer nuestras creencias.

¿Qué tipo de trabajos hace?

Para el amor, la salud y para levantar negocios, pero, para lo que sea, hay que tener mucha fe.

¿Es frecuente que lo vengan a buscar para tener dinero?

Sí. Vienen y me dicen que tienen fracasos, que tienen un negocio, que los clientes se les van y que el dinero que tienen no les abunda, no les rinde. Pero mire, hay que tener cuidado, porque es frecuente que la gente vaya a determinado centro y ahí, los que atienden piensan: “¡Ah! ¡Este trae pisto!” Entonces les dice que van a hacer un encanto, pero para eso hay que darles primero Q20 mil o Q50 mil. Lo peor es que hay personas que lo hacen.

¿Y de qué trata el supuesto encanto?

Dicen que van a enterrar el dinero y que al día siguiente hay que ir a escarbar porque habrá más. Entonces le dicen a la gente que vayan preparados con sus morrales y canastos, porque el dinero no les va a caber. Hay mucha estafa. Mucho engaño y mucha burla.

¿Usted qué hace para mejorar la economía?

Como le dije, lo que hay que tener es mucha fe en Dios, porque Él está sobre todas las cosas. Así se puede trabajar, pero tampoco hay que creer que las cosas van a ser fáciles.

¿Con qué materiales trabaja?

Con el copal, pastillas de cuilco —que es el nahual del dinero— y ajonjolí —semilla de la abundancia—. Cada cosa lleva diferentes elementos.

¿Se puede pedir para encontrar el amor?

Sí. En esos trabajos se ponen cosas dulces como caramelos, miel blanca y panela. También se emplea mucho el color rojo. Muchos piden fotografías, pero yo no. Me basta con un par de muñequitos. En uno coloco el nombre del cliente en un papelito y en el otro el de la joven. Los junto, los amarro y les echo las cosas dulces. Algunos le ponen el “polvo del desesperado” o el “ven a mí”, pero cada quién.

¿Funciona?

Sí, pero depende de quién se lo trabaje. Muy importante es la oración.

¿A quién?

A San Simón o a Diego Duende.

Pero, ¿no cree que le estaría haciendo daño a una persona que no quiere estar con uno?

Par mí no es malo, porque en primer lugar en el trabajo no hacemos maldad, sino que pedimos para que esa persona lo acepte, que lo quiera y que exista comprensión. En cosas del amor hago puros y los fumo, porque es lo que funciona más rápido.

¿En cuánto tiempo?

Primero, con un puro o un naipe, veo si es factible que esa persona se le acerque. Si no, entonces le digo de una vez. En muchos centros le dicen “véngase” y ven qué tanto pisto está dispuesto a pagar. Yo, en cambio, tengo temor por esto, así que simplemente pido a San Simón que haga el milagro; solo soy un portavoz.

¿Lo buscan para mejorar la salud?

Sí. Hace poco trabajé con unos señores de Amatitlán. La esposa había ido con varios médicos pero no la habían podido sanar. Yo pude ver que tenía un daño en el estómago y le di una medicina. Al siguiente día, el esposo me llamó y me dijo que ella había expulsado unas cosas que no le puedo decir, pero ese era el mal que tenía.

¿Usted cree en los “trabajos negros”?

De que se puede, se puede, pero hay que saber cómo. Los resultados se ven con el tiempo, no es de inmediato; a veces pueden pasar hasta dos años. Usted ve que esa persona se enferma y no hay médico que lo sane. Pero prefiero no hacerlo y trato de cortar los malos pensamientos, porque veo el dolor de los demás.

¿Logra persuadirlos de no hacerlo?

A veces, pero en otras ocasiones prefieren ir con esos espiritistas que les dicen: “Sí, está bueno, pero primero tráigame Q5 mil o Q10 mil”. La gente paga y al final no pasa nada.

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