La esperanza

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En las civilizaciones de toda época, la cuenta del tiempo forma parte de las distintas dimensiones del ser humano en su quehacer práctico y espiritual, entre las cuales se incluyen las variadas expresiones de su identidad, así como las disciplinas que darán forma a su cultura. En ello, no hay nada de magia, pero sí mucho de filosofía.

En las sociedades actuales, la educación y los duros desafíos de la cotidianidad han dejado de lado el estudio profundo de la historia. De ahí que acontecimientos como el fin de una era maya constituyan una fuente infinita de especulaciones, la mayoría completamente ajenas a su verdadero significado.

Sin embargo, este punto de referencia temporal en la infinita línea del tiempo podría transformarse en un nuevo comienzo. Un alto en el camino para hacer una revisión colectiva e individual del porqué y del cómo la vida de nuestras comunidades ha mantenido una línea descendente y progresiva hacia la desvalorización de nuestra identidad, de nuestra esencia y de nuestro entorno natural.

Durante estos días de efervescencia y preparación para algo que no tenía por qué ocurrir, las redes sociales se desbordaron. Consejos, pronósticos, augurios y fantasías disparatadas fueron el deleite para unos y la decepción para quienes esperaban algo más sustancioso que el anuncio de un cataclismo global. Pero en el fondo, como un tema musical casi imperceptible se podía percibir la esperanza de que, si algo sucedía, esto fuera un cambio.

Los seres humanos pueden ser programados por las ideologías, las supersticiones, los dogmas espirituales y la propaganda. Pero en el fondo de ese condicionamiento siempre existe un germen de individualidad capaz de romper los marcos restrictivos de la costumbre y manifestarse en toda su plenitud a través del cambio. Ese germen es una forma de esperanza. De otro modo, no existirían la filosofía ni la ciencia, el arte ni la poesía. Tampoco las grandes civilizaciones.

En este primer día de la nueva era, no cabe duda de que la esperanza de muchos está puesta en un cambio de actitud. En una conciencia renovada de su papel en esta tierra y en la necesidad imperiosa de reconstruir el marco valórico, abandonado como una reliquia pasada de moda. Existe la esperanza de ver una justicia fortalecida, un Estado capaz de percibir la trascendencia de su misión y una ciudadanía dispuesta a participar en la transformación propia y de su país. Al final de cuentas —ya que de cuentas hablamos— todo ese esfuerzo invertido se traducirá en la felicidad que todos buscamos.

Les deseo una feliz Navidad.

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