Del talento al caos. Del arte a la bohemia. De la magia al desorden. José Manuel Moreno, el fenómeno argentino que llegaba sin dormir y borracho a los partidos y era el mejor; George Best, el quinto Beatle; Carlos Caszely, un maravilloso chileno que no llegó a más por su vida descolocada; Ortiz Aquino, un jugadorazo del mejor Espanyol y al que perdió la botella; Maradona, Darío Silva, Guti…
David Vidal coincidió con el Mago durante ocho años, entre 1982 y 1990, cinco como segundo entrenador y tres al frente del banquillo del Cádiz. Trató de mantenerlo en vereda, porque no le gustaba entrenarse y era capaz de estar una semana sin aparecer por los entrenamientos, con lo que el técnico gallego daba la convocatoria sin contar con su estrella.
Genios sobre la hierba y rebeldes sin causa en los terceros tiempos. Nos detenemos en el más genuino de todos: El Mágico González. Introduciremos su increíble historia con una frase de Manuel Irigoyen, recordado presidente del Cádiz: “Si hubiera sido disciplinado no habría venido al Cádiz, estaría en el Real Madrid o en el Barsa”.
La primera vez que vimos jugar a semejante portento en España fue el 15 de junio de 1982. Estadio Martínez Valero de Elche, en el Campeonato del Mundo que se jugó en ese país, al que El Salvador se había clasificado 12 años después de la Guerra del Futbol, que enfrentó militarmente con Honduras, tras unas eliminatorias clasificatorias para el evento de México en 1970.
El Salvador se medía a la entonces poderosa Hungría de Kiss, Fazekas, Nylasi, Torocsik y Toth. Los magiares ganaban por 5-0 con pasmosa facilidad. Pero resultaba llamativo el recital que daba el extremo izquierdo salvadoreño con sus greñas y sus medias a media pierna. Habilidad, regates, taconazos, túneles, amagos, desmarques… ¡Cinco húngaros lo vigilaban! La jugada del 5-1 está considerada como una de las más brillantes de la historia.
En un palmo de terreno, González se fue de media Hungría y su centro fue rematado por Ramírez. Era el 5-1 que los centroamericanos celebraron como si fuera el gol de la victoria. Hungría acabó ganando por 10-1, en lo que sigue siendo la mayor goleada en toda la historia de los mundiales.
De aquella Selección de El Salvador, además de Jorge González Mágico, en adelante destacaban Huezo Montoya, que fichó por el Palencia, y Jaime Rodríguez, apodado La Chelona y que hoy es ministro de Deportes.
Jorge era el menor de ocho hermanos, integrante de una familia humilde que sobrevivía como podía en unos años donde la guerrilla del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional —ahora partido político— castigaba al gobierno dictatorial de la época. Tras dar sus primeras patadas en el ANTEL y en el Independiente de San Vicente, pasó al FAS de Santa Ana, el equipo más importante del país. Tras una exhibición futbolística, el comentarista deportivo Rosalío Hernández Coronado lo bautizó como el Mago. Para los restos.
A su llegada a Europa lo quería el Atlético de Madrid, pero lo fichó el París Saint Germain. El Mago, directamente no se presentó porque “París estaba muy lejos”. Camilo Liz, secretario técnico del Cádiz, previo pago de siete millones de pesetas, se lo trajo para la Tacita de Plata.
Su superioridad sobre el terreno de juego era directamente proporcional a su poco amor por la disciplina. “Reconozco que no soy un santo y que las ganas de juerga no me las quita ni mi madre. No me gusta tomarme el futbol como un trabajo. Solo juego para divertirme”. Declaración de intenciones.
Aquel Trofeo Carranza
La Torcida Amarilla descubrió al mito en una semifinal del Trofeo Ramón de Carranza, en la que el Cádiz se enfrentaba al Barcelona. Mágico llegó tarde al partido, en lo que sería la característica de su carrera en activo, y empezó el encuentro desde el banquillo. Cuando los azulgrana ganaban por 0-3, el crack salvadoreño saltó al terreno de juego, marcó dos tantos, dio dos maravillosos pases de gol y el Submarino Amarillo se clasificó para la final, ganando al Barsa (4-3). El estadio se caía rendido a semejante manantial de arte.
Con el Barsa de D10s
En 1984, el Cádiz descendió a Segunda. El Barcelona se interesó en el fichaje de Mágico González. En aquellos años, el equipo presidido por José Luis Núñez negociaba el traspaso de Maradona al Nápoli. El Pelusa había sido sancionado tras aquella recordada tangana de la final de Copa contra el Athletic, donde pegó y también lo sacudieron. Su vida personal no era precisamente ejemplar. Mágico era observado como una posible alternativa para el crack argentino. Por eso se lo llevó de gira por Estados Unidos. La cosa empezó torcida. Se fueron a buscarlo para recogerlo porque su avión salía de Sevilla a las 5 de la mañana. “¿A las 5? Pero si a esa hora no me he acostado”, dijo.
El Barsa, finalmente, no lo contrató. Cuentan que la culpa la tuvo un incidente en un hotel. Se activó la alarma de incendios y Mágico González fue el único futbolista que permaneció en la habitación porque estaba acompañado de una bella californiana y “no era cuestión de dejar a medias lo que acababa de comenzar”. Nunca congenió con Maradona. Reñían en talento y arte. Pero Maradona era egocéntrico y González, no. Nunca fueron amigos. Ni siquiera se admiraron.
Sin la escuela
El Mago convivió con su fama de vividor y juerguista allá donde estuvo. Comprendió a regañadientes que los periodistas siempre lo interrogaran a propósito sobre su disoluta vida privada: “No me molesta, y además lo comprendo, lo entiendo. Es una manera que me ofrecen para pensar si en un momento dado hubieses sido,… si hubieses, si hubieses. Un tal vez, ¿no? Siempre que estuve en Cádiz la gente, los medios, me hacían esta pregunta: ¿Por qué Mágico no pretende algo más? ¿Por qué pudiendo tener todo el dinero del mundo por medio del futbol, por qué pudiendo haber estado en un par de clubes grandes, siempre sigo estando allí? No me molesta, porque yo nunca quise hacerle daño a nadie, siempre quise dar lo mejor de mí. Para mí, estar en Cádiz fue como ir a la Universidad sin antes pasar por una escuela. No quiero menospreciar a mi pueblo en lo futbolístico, pero aquí nos hacíamos jugadores en terrenos baldíos, en plena calle; no teníamos profesores, no teníamos orientación. Yo me siento bien, y si hubiera actuado de otra manera, ya no sería yo, no sería Mágico. Habría sido el que la gente quisiese, pero yo estoy bien como estoy, en una casa sencilla, humilde, ni de ricachón, pero tampoco de pobretón”.
Se consideraba un genio: “A cada cual Dios nos da una cualidad”. Jamás en su vida leyó un periódico. Sí, sí, ustedes dirán: “Eso dicen todos los futbolistas”, pero en su caso era real como la vida misma. Solo leía publicaciones relacionadas con el más allá, porque se consideraba “de otro mundo”. Como diría el cantante Francisco, era “bohemio, con la mirada de un loco risueño”. Esto contaba en AS, en verano de 2004: “De mí se decía que era un bohemio, pero pienso que lo hacían porque me encanta la noche, soñar, por mi filosofía de vida o porque me gustaba ser original, tal vez. Siempre lo he dado todo, sin importunar a nadie. Soy feliz. Todavía puedo serle útil a la sociedad, a los niños, al futbol”.
David Vidal: amor, odio…
David Vidal coincidió con el Mago durante ocho años, entre 1982 y 1990, cinco como segundo entrenador y tres al frente del banquillo del Cádiz. Trató de mantenerlo en vereda, porque no le gustaba entrenarse y era capaz de estar una semana sin aparecer por los entrenamientos, con lo que el técnico gallego daba la convocatoria sin contar con su estrella. Un día, el afectado lo rebatió. Y para demostrárselo sacó un paquete de Winston y se puso a dar toques malabares con la puntera, el empeine y el tacón. ¡Cincuenta sin que el sufrido paquete cayera al suelo! Tras haber dejado a todos boquiabiertos, se marchó con un “¡ahí te quedas!”.
Vidal contaba con pelos y señales las noches que se iba a buscarlo por esos bares de Dios y cómo Mágico se escondía detrás de unas cortinas, en la cabina del disyóquey o, con la complicidad de los empleados, se escapaba por la puerta de atrás de los lugares que frecuentaba. Hugo Vaca, excompañero y uno de sus mejores amigos, sostiene que el entrenador que mejor supo llevarlo fue Víctor Espárrago: “Porque lo trató como una persona”. Durante un año, su compañero de correrías fue Onésimo —actual entrenador del Murcia—, que fue cedido un año al Cádiz por el Valladolid: “El Mago y yo la vamos a liar”, dijo en el momento de su incorporación. ¡Vaya si la liaron!
Contaba Vidal que solía echarle broncas para tratar de enderezar su carrera. “¡Con el talento que usted tiene, y lo está desperdiciando! ¿Qué va a hacer cuando se retire del fútbol?”. Su respuesta lo dejó atónito: “Mi ilusión es ser conductor de autobuses”.
Escuela para niños
En la falda del estadio Cuscatlán, el más grande del país, con una capacidad para 55 mil espectadores y donde Mágico dio sus primeras y sus últimas patadas como futbolista, se encuentra un pequeño campo de futbol, con el césped casi virgen, y con cerca de un centenar de niños con la vestimenta del Cádiz haciendo ejercicios de calentamiento. Una reedición de cualquier jornada de entrenamiento de los niños en la escuela de Michael Robinson, solo que a miles de kilómetros de distancia y bajo clima tropical. “Chicos, ya saben, estudien mucho y jueguen al futbol”, les aconseja Mágico González. No deja a nadie sin saludar y atiende con una sonrisa a todas las madres que, de forma apresurada, le piden uno, dos y hasta 20 autógrafos. No era habitual en aquellos tiempos verlo en la escuela. Jorge lo lamentaba. “Este proyecto nace desde mis hermanos, pero la verdad es que yo pocas veces los apoyo. Soy bobo y tonto en este sentido. Se sabe que tengo mis defectos, y este es uno de ellos”. Exigió no cobrar ni un duro a cambio de que llevara su nombre. Así era él.
Durante su etapa como jugador era frecuente verlo con importantes cantidades de dinero en el bolsillo. Veía a un niño y le daba 500 pesetas. En San Salvador, más de una vez se le ha visto quitarse los zapatos para dárselos a un pobre que sufría porque andaba descalzo. Al Mago no le importaba caminar sin calzado; lo que hiciera falta.
Una vida para el cine
Manuel Jiménez Núñez es un productor cinematográfico malagueño que rodó un corto sobre la vida de González, con el que se llevó un premio en el 41 Festival Internacional de Cine de Huesca. Ya lo hicieron el pasado año con La aldea perdida. El lado oscuro, y esta edición repiten. Esta vez, con el Premio Especial del Jurado al mejor cortometraje documental iberoamericano por Proyecto Mágico, la cinta dirigida por Manuel Jiménez Núñez que el pasado año inauguraba la muestra cinematográfica Alcances y hace apenas dos meses se presentaba en el Festival de Málaga-Cine Español, y en la que los malagueños siguen el rastro del famoso futbolista salvadoreño.
Son muchas las anécdotas que se cuentan sobre él y no todas son verdad. Es famosa la de aquel partido contra el Atlético de Madrid: durante el descanso le estaban dando una sesión de masaje. Y en el comienzo de la segunda mitad, el Cádiz saltó al terreno de juego… con solo 10 jugadores. ¡Faltaba el Mago, que se había quedado dormido! En otra ocasión fue sorprendido en una de estas sesiones en un acto más individual…
Mágico González, a sus 55 años, vive como jugó. Tiene un hijo con su actual pareja y otros 10 fruto de otras relaciones. Actualmente es el embajador de la Selección Sub 20 de El Salvador. El Cádiz quiere que sea, de nuevo, imagen en su campaña de captación de abonados. ¡Es increíble! Gente de 20 años que no lo ha visto jugar lo tiene como una leyenda, referente del cadismo e imagen de un tiempo inolvidable.
Mágico desea volver. ¡Cádiz es su segunda casa! “Búscame un coche que quiero estar allí unos días y deseo ver la tumba de Rovira —mítico masajista—, Ramón Blanco —entrenador y amigo— y Manuel Irigoyen —presidente que lo fichó, le adoró, le abroncó y le comprendió—”… Resulta increíble el tirón que tiene el Mago. Una leyenda.